
3-09-2023. Domingo 22 del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo (6, 21-27)
Comentario:
Queridos hermanos y amigos en el Señor:
Este domingo, marcado por el final de las vacaciones y por el regreso a la vida ordinaria, en el evangelio de San Mateo que hemos escuchado, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos camino de Jerusalén sobre el significado de su seguimiento.
1. Ser cristiano no es fácil
No es fácil ser cristiano. Nunca lo ha sido, pero ahora tal vez menos. A todos nos gustaría un cristianismo cómodo, consolador, compaginable con otras tendencias a las que nos estimula la sociedad de hoy. Pero no es eso lo que nos han dicho las lecturas de hoy: nos han hablado de cruz y renuncia.
En la primera lectura hemos escuchado unas palabras dramáticas del profeta Jeremías. La misión que Dios le encomendaba resultó muy difícil. Era muy joven -unos 19 años- cuando fue llamado a ser profeta, portavoz de Dios. En un momento muy conflictivo de la historia de Israel -al borde de la destrucción total y del destierro-, él, que de por sí era tierno y pacífico, debía anunciar palabras incómodas al pueblo y denunciar a los poderosos de su época. Eso le valió la enemistad, la burla y la persecución. En esta situación, no es raro que le asaltase la duda: ¿no será que Dios lo ha «seducido», o sea, que lo ha engañado y luego abandonado? ¿No será mejor que abandone, que dimita, que se niegue a seguir hablando en nombre de Dios? Pero triunfó en él la obediencia: no podía negarse a lo que le pedía Dios. Seguirá dando testimonio, seguirá siendo su profeta, aunque nadie le haga caso.
Pero todavía es más difícil y radical la vocación y la fidelidad de Jesús. También a él le va a costar la misión que se le ha encomendado. También a él le asaltará, en algunos momentos, la duda y el cansancio: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?«. Él ya sabe -se lo anuncia a los suyos en el evangelio de hoy- que camina hacia la muerte. Y camina decidido, aunque los suyos no le ayudan precisamente con sus reacciones y aunque a él mismo le costará lágrimas y sudor de sangre. Porque una cosa es saber cuál es el camino y otra seguirlo con fidelidad radical.
2. Aceptar el evangelio entero: todas las páginas, con el IVA y siempre.
La reacción de Pedro es, en cierto modo, explicable. De su amor a Cristo no se puede dudar. El domingo pasado escuchábamos su hermosa profesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios«. Pero Pedro todavía no había entendido que el camino de Cristo es camino de renuncia y sacrificio, antes de ser de salvación y de gloria. A él, como a nosotros, le gustaban los aspectos amables del seguimiento de Jesús. Pero el sacrificio, no. Le gustaba el monte Tabor, el de la transfiguración. Pero no el monte del Gólgota, el de la cruz. Algo parecido nos pasa a nosotros. La historia de Jeremías y de Jesús es la historia de tantos y tantos cristianos que, a lo largo de los siglos, han experimentado la dificultad de vivir su fe en medio de una sociedad indiferente o incluso hostil. La historia de un cristiano de hoy que quiere vivir su cristianismo con coherencia es costosa. Ser cristiano se va convirtiendo cada vez más en una opción explícita por Cristo y por su estilo de vida, por su mentalidad y criterios de actuación. Pero supone que se acepta a la vez el riesgo y la dificultad, porque la escala de valores de Cristo no coincide con la de este mundo.
Sigue habiendo cristianos perseguidos por su fe, -como actualmente está pasando en Nicaragua a la iglesia católica. La semana pasada nos quitaron todos los bienes a los Jesuitas, la Universidad Centro Americana, los dos colegios, casas, etc. Todo-, porque denuncian injusticias y situaciones que no se pueden compaginar con el evangelio. Pero, sobre todo, hay cristianos que tienen que librar en sus vidas la diaria opción entre los criterios de este mundo -en pos del placer, o del dinero, o del poder-, y los criterios de Cristo: de entrega por los demás, de renuncia a lo no ético, de apertura hacia lo espiritual y no solo hacia lo material e inmediato. Cada uno sabe qué puede suponer, para él, ese «tomar su cruz y seguirlo» que anuncia Jesús a los suyos, o a qué cosas lo obliga a renunciar el ser cristiano.
Según el Papa Francisco estamos en unos de los momentos de mayor persecución de la iglesia a nivel mundial a lo largo de la historia
Hoy la fidelidad es un valor que no está en alza, no entra en los mercados de valores de nuestra sociedad y, por lo tanto, no se cotiza. Hoy el ser fieles a los valores del evangelio supone un coste muy elevado a los que decimos que queremos seguirlo. El IVA que hay que pagar es muy alto. Es un impuesto de lujo. Cuando, por ejemplo, el amor, -oímos en nuestra sociedad a muchos jóvenes-, es mientras dure, o nos aguantemos, o no surjan otros amores, vemos que cada día hay más separaciones y divorcios. Antes se hacían los tratos dándose la mano y se fiaban de la palabra dada. Hoy hay que hacer un contrato con luz y taquígrafos y todavía se rompen. Hoy nadie quiere, en nuestra sociedad, oír hablar de esfuerzo, trabajo y sacrificio.
No se trata de buscar el sufrimiento en sí mismo, sino de aceptar el seguimiento de Cristo con coherencia. La cruz que nos invita a cargar Jesús a los que queremos seguirle es la cruz de la coherencia con su estilo y modo de vida. Pablo les dice a los cristianos de Roma, en la segunda lectura, que «no se ajusten a este mundo, sino que sepan discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que agrada, lo perfecto«. Y que ese es el mejor culto a Dios. Este discernimiento cuesta y conduce a decisiones que pueden resultar difíciles. Porque lo cómodo es acomodarse a este mundo.
Jeremías también pensó en abandonar el encargo profético para poder vivir tranquilo en su pueblo. Pero la Palabra de Dios le ardía dentro y escogió el camino difícil. A Jesús le apetecería más, sin duda, que Dios le ahorrara «el cáliz de su muerte», pero eligió el camino difícil: «No se haga mi voluntad, sino la tuya«. A Pedro, que al principio «pensaba como los hombres y no como Dios» y prefería las cosas fáciles, también le vendrá el tiempo en que, madurado en su fe cristiana, dé valiente testimonio de su fe en Cristo ante el pueblo, ante las autoridades y, finalmente, ante Nerón en Roma, en su martirio.
La cruz de Jesús fue como el IVA que le tocó pagar por ser FIEL a Dios y servicial con los hombres.
También a nosotros el mundo de hoy nos ofrece caminos mucho más fáciles y «prometedores» a corto plazo. Pero Cristo nos dice que si queremos seguirle tenemos que tomar cada uno su cruz, como él tomó la suya. Lo que no podemos hacer es una selección de lo que nos gusta, evitando lo que nos parece más serio y exigente en el programa de vida de Jesús. No podemos «censurar» páginas del evangelio que no nos gusten. La Eucaristía nos da la fuerza para poder seguir por ese camino, exigente pero coherente. Comulgar con Cristo, en la eucaristía, es comulgar también con él a lo largo de la jornada y de la semana. Con todas las consecuencias, aunque a veces eso suponga dificultad y renuncia. Pero, a la larga, es lo que nos dará la más profunda alegría y felicidad.
Hoy me pregunto:
- ¿Qué valores me atraen y ocupan mi tiempo? ¿Los de la sociedad, el poder, el tener y el placer? ¿Los del evangelio, el amor, el ser, el servicio, la entrega y el sacrificio?
- ¿Qué IVA supone en mi vida el ser fiel a la invitación de seguir a Jesús?
- ¿Cómo es mi coherencia a la invitación del seguimiento de Jesús, durante el día y durante toda la semana?
- ¿Tengo experiencia de lo que nos dice Jesús: “Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará”?