12-3-2023. Domingo 3º de Cuaresma – Ciclo A (Juan 4, 1 – 42)

Comentario:

            Queridos hermanos y amigos en el Señor:

Las lecturas de este tercer domingo de cuaresma nos narran las etapas fundamentales de nuestra Historia de Salvación. La primera lectura tiene a Moisés como protagonista en el episodio del agua de la roca del Horeb, tras la revuelta del pueblo cansado y sediento.

Pero lo más característico de estos domingos 3º, 4 º y 5º son la lectura del evangelio de Juan, con los temas del Agua, la Luz y la Vida. Son evangelios de claro contenido cristológico, con una revelación progresiva hacia el «yo soy».

            – El encuentro junto a un pozo es un tema clásico en la literatura patriarcal (Gn 24,10), es decir, en aquellos relatos legendarios o históricos de la Biblia cuyos protagonistas son los primeros padres del Pueblo de Israel. Los pozos y manantiales jalonan el itinerario terrestre y espiritual de los patriarcas y del Éxodo (Gn26,14-22; Ex 15,22-27).

            – Las corrientes de agua en el A.T. son un símbolo de la vida que Dios da, de la sabiduría y de la ley que da la vida.

            – En este evangelio, Jesús se manifiesta, se revela progresivamente:

La samaritana le llama:

– judío (Jn 4,9)              

– Eres más que nuestro padre Jacob (Jn 4,12).

– Veo que eres un profeta (Jn 4,19).

            – “Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo” (Jn 4,25).

            – “YO SOY, el que te está hablando” (Jn 4,26)

  1. Un pueblo cansado que tiene sed.

El cansancio del pueblo y su sed son todo un símbolo de la historia humana y de la de cada uno de nosotros. Entre Egipto y la Tierra Prometida está el desierto. Ya van quedando algo lejos el entusiasmo primero y los proyectos optimistas. Hay dificultades en el camino: peligros y fatiga, falta de agua para las personas y los animales. El pueblo murmura y llega a dudar de todo: «¿está o no está el Señor en medio de nosotros?» Sí, está con ellos y les da agua de la roca del Horeb. Toda una historia sintetizada: sed y desesperanza. Y la respuesta de Dios: su presencia, su cercanía y agua para el camino.

  1. La samaritana tiene sed.

Todos los días acudía al pozo a media mañana; iba a buscar agua, «el que bebía de aquel pozo volvía a tener sed». Ella igualmente acudía a «otras fuentes incitantes y apetitosas», tratando de apaciguar esa otra sed de felicidad que ella, como todos los mortales, llevaba en su corazón. Se lo apuntó Jesús: «Cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes…». Estos cinco maridos simbolizan a los cinco ídolos que adoró el pueblo de Samaría; y ninguno era el Dios verdadero. También nosotros adoramos a muchos ídolos buscando la felicidad: el dios-dinero, el dios-placer, el dios-vacaciones-viajes, el dios-consumo, el dios-tener, el dios-poder, el dios-aparentar… y seguimos teniendo sed.

Se nos proclama la historia de Israel, o la de la samaritana, para que nosotros nos dejemos interpelar por Dios, desde nuestra historia concreta y personal.

  1. Todos nosotros tenemos sed. Buscamos la felicidad.

Todos buscamos la felicidad: el que se va de misionero, como la prostituta; el que se mete en la cartuja, o el que se droga. Todos los hombres y mujeres vamos buscando la felicidad. Detrás de ella, caminamos diariamente. Corren el niño y el mayor, el rico y el pobre, el poderoso y el mendigo. Cada uno la sueña de una manera, bajo una figura distinta. Pero, cada mediodía o cada medianoche, todos vamos teniendo la repetida sensación de que «el que bebe de esas aguas, vuelve a tener sed». ¡Vano intento! Como el que bebe una coca-cola, un refresco o un helado para quitar la sed. Buscamos por muchos lugares; experiencias, personas, etc, pero no siempre acertamos con el camino que nos lleva a la felicidad. El verdadero camino, -nos lo ha dicho Jesús-, es estrecho, implica esfuerzo, trabajo, sacrificio, renuncia, dominio de las apetencias personales para que prevalezca el servicio, el amor y la entrega. Supone silencio, oración, encuentro personal con uno mismo, con Dios y con los hermanos, a través del silencio, de la escucha de su Palabra, de la práctica de los Sacramentos y del encuentro con nuestros hermanos, especialmente con los más necesitados.

Cuando, consciente o inconscientemente, buscamos la felicidad, es a Dios a quien buscamos. Lo confesó bellamente San Agustín, hastiado de tanta aventura tras el placer, la sabiduría y la belleza: «Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti. ¡Oh, hermosura tan antigua y siempre tan nueva!, te buscaba por fuera y estabas más dentro de mí, que yo mismo».

Así como los girasoles van volviendo su belleza amarilla al sol, las personas, aun sin saberlo, buscamos a Dios.

La samaritana, inconscientemente, eso hacía. Y allá se lo encontró, en el pozo. Dice Cabodevilla: «Cualquier forma de sed, es sed de Dios».

  • La iniciativa en la relación, es de Jesús.

Jesús se hace el encontradizo con aquella mujer de Samaría: no en el templo o en la escuela, sino en el camino diario, junto al pozo, allí donde la mujer va a sacar agua para su casa. También aquí el encuentro es todo un símbolo: la humanidad que tiene sed y no sabe qué aguas le convienen para encontrar la verdadera felicidad. Y el Señor, el enviado de Dios, que es el que tiene la respuesta verdadera y el agua que quita efectivamente la sed, se hace el encontradizo contigo y conmigo.

Y es que Dios es un buscador del hombre. Y esa idea nos debe llenar de admiración y de la ternura de Dios: «¿Cómo puede Dios, manantial inagotable de agua viva, andar sediento de este mínimo y pobre riachuelo que sale de mi corazón?» He ahí la paradoja. Dios desea que le deseemos. Tiene sed de que estemos sedientos de Él. Anda buscando que le busquemos. Sueña que le soñemos. Por eso, mi adivinanza: «¿Quién busca a quién? ¿Jesús a la samaritana o la samaritana a Jesús?». La respuesta está en ese peregrino que siempre nos espera «junto a cualquier pozo de nuestra vida». «He aquí que estoy junto a la puerta y llamo. Si alguno escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).

  • La samaritana es una persona inquieta, busca. ¿Y yo?

La sed de la samaritana es búsqueda (ha tenido cinco maridos) e insatisfacción. En esta sed se puede ver reflejado el itinerario de sed de la humanidad. Exquisita la pedagogía de Jesús, conduciendo la conversación desde el agua material hasta la espiritual: «el agua que yo te daré se convertirá dentro de ti en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna«. La revelación progresiva del mismo Cristo: «yo soy«, el Mesías, el que habla contigo. “El que beba del agua que yo le daré” es una respuesta -«yo soy«- que los domingos próximos escucharemos en otras claves: la luz, la vida…

  • Respuestas a la sed y felicidad que todos buscamos.

4.1. La felicidad que nos ofrece la sociedad.

Nos la mete por los ojos, como algunos anuncios en el ordenador; mientras estoy escribiendo esta homilía, me invaden la pantalla publicidad y virus, aunque yo no quiera, y me molestan. Basta con encender la TV y, en cualquier canal, tenemos un montón de anuncios de todo tipo. Todos nos ofrecen la felicidad mediante el consumo, el tener cada vez más cosas, más dinero, el disfrute de placeres, viajando, disfrutando, ligando, descansando, etc. Aunque no quieras, te lo meten por los ojos.

4.2. La felicidad que ofrece Jesús a la Samaritana y a nosotros.

Si tú supieras cuál es el don de Dios, y quién es el que te pide dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría un agua que salta hasta la vida eterna”.

También nosotros tenemos sed. Es una experiencia que todos conocemos y que entendemos fácilmente, también en su sentido espiritual. Sed de verdad, de felicidad, de amor, de plenitud, de vida. Y le pedimos hoy a Jesús: Señor, danos de ese Agua, para que no tengamos jamás sed.

El que no tiene sed no busca fuentes de agua. El que lo sabe todo no pregunta. El que se cree un santo no pide perdón. El que se siente rico no pide nada. El que tiene todo eso, ¿para qué necesita la conversión cuaresmal y la Pascua? Suscitar la idea de la sed, ayudar a que todos se sientan reflejados en la historia de ese pueblo fatigado por el desierto y de esa mujer insatisfecha de la vida, es buena pedagogía para hacer ver también cómo Cristo, en nuestro camino de Pascua, es la respuesta de Dios. El «yo soy» aplicado a nosotros. Nuestra sed nos la quiere saciar Dios por medio de Jesús: es el Agua para nuestro camino cuaresmal a la Pascua, el Agua verdadera, no la superficial o más inmediata (los valores fáciles de este mundo), sino el Agua profunda (la verdad de Dios, amor verdadero, la felicidad plena). En Juan se identifica también este Agua que nos da Cristo con su Espíritu.

Pablo nos ha recordado los dones que nos ha hecho Dios, sobre todo su amor: «la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado». Esa sí que es el agua verdadera: el amor, el Espíritu de Dios y el que Cristo ha dado su vida por nosotros en su Pascua.

  • La samaritana fue corriendo a decírselo a los de su pueblo.

El verdadero encuentro con Cristo es misionero. El control de calidad para ver si ese encuentro es verdadero, auténtico, sincero, es que no se puede callar, hay que decirlo. Cuando uno descubre algo importante para su vida no se lo puede callar.

Una aplicación es la invitación a dar, también nosotros, de beber al sediento (cf. el «examen» final según Mt 25.): ¿qué hacemos con el que vemos que tiene sed? No hace falta mirar al Tercer Mundo, porque a nuestro lado hay muchos que la sienten y angustiosamente. Como Cristo pide de beber junto al pozo y muere en la cruz gritando también «tengo sed«, hay muchos que sentimos en el camino la misma necesidad.

  • Confesión de lo que “hemos visto y oído”.

Los de su pueblo le dicen a la Samaritana: “Ahora, ya no creemos por lo que tú nos has contado, sino por lo que nosotros hemos visto y oído”.

Esta sí que es una verdadera confesión de fe, como la de los pastores en el portal, como San Juan en la primera carta, como tantos testigos del encuentro con Jesús. Creemos por lo que hemos “visto y oído”.

Hasta que no lleguemos a esa experiencia de “encuentro personal con Jesús” podemos decir que somos adolescentes en la fe. Amén.

Hoy me pregunto:

  1. ¿Dónde busco yo saciar mi sed de felicidad?
  2. ¿En qué fundamento mi fe? ¿En lo que me han contado otros o en lo que yo he “visto y oído”?
  3. ¿Cuál ha sido tu reacción después de haberte encontrado con el Señor en el pozo de tu vida?
  4. El encuentro con Jesús a dónde te lleva a: ¿callártelo? ¿contarlo? ¿anunciarlo?
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