
05-02-2023. Domingo 5º del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 13-16)
Comentario:
Queridos hermanos y amigos en el Señor:
¿Qué sentido tiene ser cristiano en el mundo de hoy? El evangelio nos da una respuesta a través de dos símbolos que no necesitan mucha explicación. El cristiano está llamado, en primer lugar, a ser sal de la tierra. La sal da sabor a las comidas, las conserva y las hace perdurar. De lo que se desprende que el cristiano está llamado a dar sabor a la vida, conservarla y darle sentido….
En segundo lugar, a ser luz de la tierra. La luz ilumina las zonas oscuras de nuestro mundo y de nuestra vida personal: las guerras, el hambre, la injusticia, la enfermedad, el odio, la envidia, los celos, etc., en definitiva, todo lo que se mancha y oscurece por el pecado de los hombres.
1. ¿Qué significado tiene la sal?
A la sal le atribuimos funciones de purificación, de dar sabor, de conservar aquello perecedero, de dar valor, etc. Aplicado a los discípulos, indica que con sus obras y su testimonio han de dar sabor y valor a la humanidad. «Si la sal se vuelve sosa…», entonces los discípulos pierden la capacidad de manifestar el Evangelio, con sus obras y su testimonio. Esta posibilidad de fracaso se aplica a la imagen de la sal, subrayando que, de la misma manera que sería totalmente inútil una sal que no tuviera sabor, también lo sería la comunidad cristiana, o los cristianos, si no hiciésemos presente en el mundo las obras de la fe.
2. ¿Qué significa ser luz del mundo?
“Vosotros sois la luz del mundo”, nos dice Jesús. Y si la sal era importante, la luz todavía lo es más. Sin luz la vida sería imposible. La luz es lo que nos permite ver las cosas en su realidad y andar por el camino correcto. En cambio, si vamos a oscuras, lo más normal es que nos caigamos o causemos destrozos. La luz tiene una gran fuerza simbólica: en todos los tiempos y culturas, el ser humano ha buscado la luz de la verdad, ha buscado poner luz a los interrogantes más profundos de la existencia. La fe en Jesús resucitado es la luz que da respuesta a todas las inquietudes del hombre; presentes, pasadas y futuras.
La imagen de la luz nos es familiar porque, a menudo, es usada en los evangelios; aunque nosotros estamos acostumbrados a aplicarla a Jesús. En efecto, Él mismo nos dice en el evangelio de San Juan 8,12: Yo soy la luz del mundo, y el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. Aquí, en cambio, no se nos dice solamente que Jesús es la luz del mundo, sino que nosotros somos la luz del mundo. Se trata, por tanto, de darnos cuenta de que todos nosotros, los seguidores de Jesús, estamos prolongando la acción de Jesús, en tanto damos testimonio de Él. Nosotros seremos la luz del mundo, si somos capaces de aportar a nuestra sociedad la fe en Jesús. No podemos ocultarnos, no podemos disimular nuestra fe. Jesús lo dice claramente: no se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa; del mismo modo nosotros debemos ser luz para los demás. Esa es la misión evangelizadora que todos los cristianos tenemos encomendada.
Lo de ser luz es ciertamente una imagen expresiva y sugerente; sin embargo, nos podríamos preguntar: ¿y en qué consiste eso de ser luz?
3. El profeta Isaías (1ª lectura) y el Salmo nos lo explicitan.
Nos lo dicen muy claro la primera lectura y el salmo. El profeta Isaías nos decía: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo. Entonces romperá tu luz como la aurora”. Esa es la verdadera luz que debemos vivir y transmitir. Si vivimos en nuestra vida los valores de la caridad, el amor desinteresado, la justicia, la solidaridad, entonces brillará la luz en las tinieblas. Lo mismo nos decía el salmo: “En las tinieblas brilla como una luz el que es justo, clemente y compasivo”. En definitiva, será por nuestras obras como podremos ser sal de la tierra y luz del mundo. Será por el modo de vivir, como podremos mostrar a los demás la luz que ilumina nuestra vida. Será por los valores que vivimos, como podremos contagiar la fe, ser testigos evangelizadores para las personas que nos rodean. Tal como concluía Jesús con sus palabras en el evangelio de hoy: “Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo”.
Es decir, haced visible en vuestra vida la fuerza transformadora del evangelio; demostrad que el amor nuevo -del que Cristo ha dado ejemplo- es posible. Jesús está hablando del deber misionero de su comunidad.
Pero todavía hay algo importante: la sal sólo sirve si está fuera del salero, si se deshace con la nieve, se disuelve en los alimentos, dando sabor a los jamones, por ejemplo.
Isaías nos dice cómo debemos salir del «salero»: “Cuando ofrezcas al hambriento de lo tuyo y sacies al alma afligida”.
Para San Ignacio: “tanto aprovechará el hombre en la vida espiritual, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés” [EE 189].
La luz alumbra cuando se destierra la opresión, la injusticia, la insolidaridad… Y se edifica el amor, la justicia, la fraternidad… En la medida en que los hombres vean que los que se dicen creyentes proyectan la luz de la liberación total, en esa misma medida, darán gloria al Padre. La liberación de todo mal es el signo de la presencia de Dios entre los hombres. Amén.
Nota: no olvidar que la sal sólo da sabor y sirve cuando se deshace o disuelve, y que la vela sólo calienta e ilumina desgastándose. (Por ejemplo, el otro día, podíamos viajar, gracias a la sal que estaban echando en las carreteras y así no cuajaba la nieve.)
No podemos olvidar el cuento del niño que dice a su madre que las misas y que los evangelios están pasados de moda porque no hay quien entienda las metáforas, ni las palabras del evangelio. Y la madre sin decirle nada a la hora de comer pone el consomé en su punto de calor y de sal, el filete sosísimo y la ensalada bien salada… Y el niño enseguida se dio cuenta de la importancia de la sal.
La luz, cuando se comparte, no se divide ni se pierde, sino que se multiplica. Es como un fuego que enciende otro fuego. La luz se propaga como los corazones que encienden otros corazones.
Hoy me pregunto:
- ¿Qué personas y situaciones han iluminado mi vida y le han dado sabor y sentido en los momentos buenos y a los momentos difíciles de mi existencia? ¿Qué personas o que actitudes de las personas te edifican, estimulan, animan a ser “mejor persona” y más feliz?
- ¿Cuándo y cómo soy yo luz y sal para otros? ¿En qué momentos de mi vida o con qué actitudes y obras ilumino y ayudo a dar sabor y sentido a la vida de otras personas?
- ¿Dejo que mi vida se gaste y desgaste como las velas o que se deshaga como la sal?
- ¿Qué sentimientos se producen en mí cuando al final del día termino cansado del trabajo, estudio, ayuda o servicio a los demás?