
6 de febrero. Domingo 5º tiempo ordinario – Ciclo C (Lucas 5, 1-11)
Comentario:
Las lecturas de este domingo nos hablan de la vocación de Isaías, Pablo y los primeros discípulos. En ellas encontramos las características de toda vocación:
1º. La iniciativa siempre es de Dios:
En la primera lectura en la que parece que Isaías se ofrece a una misión diciendo: “Aquí estoy, mándame”, sin embargo, es la respuesta a una experiencia y vivencia de Dios. El que no ha visto a Dios no puede tener vida, afirma San Ireneo. Lo mismo que “el que no ama, está muerto”, y el que no llega a ver a Dios se muere.
Ver a Dios, significa tener experiencia de Dios. Puede ser una luz que se enciende, una luz que te purifica. La mano de Dios que te derriba del caballo en el que vas montado como le ocurrió a Pablo, o la bala de cañón que hirió a San Ignacio de Loyola en Pamplona, puede ser un fuego que te purifica, una palabra que te cambia, puede ser una presencia que te enamora. Sabes que Dios está contigo que te envuelve, que Cristo te acompaña, que respiras el Espíritu.
Si no has visto a Dios, si no has tenido una experiencia de Dios, de enamoramiento de Jesucristo, serás un profeta apagado, frío. Hoy no podemos convencer a nadie con argumentos racionales, o de autoridad o de tradición. El mensaje es el mensajero. Jesús un hombre, no sólo con autoridad, cuando le dice a Pedro: “rema mar adentro y echad las redes para pescar”, sino que es una persona de confianza.
2º Dios llama para una misión.
Para anunciar a su pueblo la buena noticia de la salvación o denunciar la injusticia ante los opresores. “La gente se agolpa alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios”. También, hoy, la gente necesita oír y escuchar la PALABRA DE DIOS.
Al Profeta Isaías le llama a ser Palabra y Presencia de Dios en medio de su pueblo.
Al Apóstol Pablo para anunciar lo que a su vez había recibido que “El Señor Jesús, había muerto por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y que había resucitado al tercer día, según las Escrituras”.
A Pedro y demás compañeros les dice: “Desde ahora serás, pescador de hombres”. Les llama para que sean sus discípulos y apóstoles y prediquen la palabra de Dios.
3º La primera reacción del llamado/a es de miedo. (Apártate de mí que soy un pecador)
Ante la llamada de Dios, todos sentimos y experimentamos lo mismo:
¿Quién soy yo? Isaías: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de un pueblo de labios impuros”. Pablo: “por último, como un aborto, se me apareció también a mí. … y no soy digno de llamarme apóstol” tengo miedo, siento impotencia, debilidad, incapacidad e indignidad ante la grandeza y santidad de Dios. En el fondo, todos nos sentimos pecadores como afirma Pedro en el evangelio: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.
La congregación General XXXII, en el decreto 2, nº 1, define al Jesuita como “hombre pecador, pero, sin embargo, llamado a ser compañero de Jesús”.
4º Dios hace, da un signo o señal que confirma la llamada.
“Vi al Señor”, dice Isaías. Fue una visión quemante, … voló hacía él uno de los serafines con un ascua en la mano para purificar su culpa.
“Se me apareció también a mí”, asegura Pablo después de aparecerse a Cefas, después a los doce, y después a más de 500 hermanos de los cuales todavía vive alguno, y más tarde, como a un aborto, se me apareció también a mí. Y desde entonces Pablo no tendría otra misión que la de dar a conocer a Cristo.
“Se llenaron las dos barcas, que casi se hundían”. Jesús, no sólo escoge la barca de Pedro para hablar a la gente desde las orillas del lago, sino que le manda echar las redes mar adentro para pescar. Y después de haber estado toda la noche sin sacar nada, ahora se les llenan las dos barcas… Aquellos jóvenes pescadores, seducidos por Jesús, no dudaron en cambiar sus trabajos y sus vidas, para convertirse en apóstoles del Señor.
La experiencia de Dios siempre es inefable, pero algo se puede conocer por sus efectos: luz, alegría, lágrimas, certeza, fortaleza, conversión, transformación, “divinización” … Para expresarla, hay que utilizar los símbolos, como fuego, llaga, embriaguez, deslumbramiento, enamoramiento, alianza, …
5º Aceptación de la invitación, por parte del llamado o la llamada.
Al final, es la disponibilidad y la misión. Se acepta la llamada confiando, no en las propias fuerzas, sino en la ayuda apropiada y constante de Dios. Así Isaías, dice: “Aquí estoy, mándame”. Pablo: “Por la gracia de Dios, soy lo que soy”. Y, Pedro y los otros discípulos: “dejándolo todo lo siguieron”.
Estas actitudes son eco del Fiat de María o del “aquí estoy” del verbo encarnado.
Estas actitudes o reacciones se irán repitiendo en cada vocación o compromiso creyente. No es que se cierren los ojos pasivamente, sino que se entrega confiadamente la propia voluntad.
Tampoco quiere decir que no sobrevengan cansancios, dudas y oscuridades, incluso amenazas y persecuciones. Conocemos la vida de los profetas y apóstoles, la vida y la muerte. Pero, siempre, la gracia de Dios acompaña, y la gracia siempre vence. “Yahvé, está conmigo como campeón valeroso” (Jr 20,11). “Se bien de quién me he fiado” (2 Tm 1,12).
Todos, por el mero hecho de ser bautizados, estamos consagrados y tenemos una ineludible vocación, la de ser cristianos, la de vivir como Jesucristo, y en Jesucristo. Es, por lo tanto, la vocación de prolongar la misión de Jesucristo, actualizar su palabra y su misericordia. Es la misión de ser sal y luz del mundo, defender el derecho y la justicia.
Apéndice:
No es de extrañar, que después de un tiempo de seguimiento, a cierta edad, en el ecuador de la vida, “después de estar toda la noche bregando sin pescar nada”, en una sociedad en la que ser sacerdote o religioso/a no es significativo, no somos relevantes, ni valorados, ni es una vocación cotizada, nos entren ciertos cansancios, desánimos, falta de sentido, crisis, en definitiva. Es precisamente en esos momentos en los que se purifica nuestra fe, vocación y seguimiento, donde, como dice San Ignacio en la 5º regla de discernimiento de la 1º Semana, “En tiempo de desolación, no hacer mudanza”. Es más, nos invita a instar más en la oración, examen, penitencia, re-vivir el primer encuentro o experiencia de llamada, como Isaías, Pablo, Pedro y tantos seguidores.
No olvidemos que toda crisis es un peligro y una oportunidad para fortalecer nuestra vida y nuestra vocación religiosa o al matrimonio.
Es en esos momentos, cuando se pone a prueba el valor de la “fidelidad”, y es entonces cuando debemos mirar a nuestro modelo, Jesús de Nazaret que, como nos dice la carta a los hebreos, “siendo hijo y todo como era, sufriendo aprendió a obedecer”.
Hoy me pregunto:
- ¿Cómo vivo o re-vivo mi experiencia de Dios, o llamada? ¿Cómo está esa llama, como un rescoldo ardiente o apagada?
- ¿Cómo vivo la “misión” para la que he sido llamado?
- “El mensaje es el mensajero” ¿Mi vida es “palabra de Dios” para el mundo actual, para aquellos que me rodean?
Hoy, Jesús, nos sigue diciendo: “Rema mar adentro y echad las redes para pescar”. Simón contestó: – “Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos pescado nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. ¿Cuál es mi respuesta?
- Una idea: Jesús nos invita a seguirle
- Una imagen: Jesús en el mar nos invita a remar mar adentro y echar las redes
- Un afecto: La alegría de la llamada o vocación a seguir a Jesús.