Domingo 24 del Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 16, 1 – 13)

Comentario:

Queridos hermanos y amigos en el Señor:

1. “Los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz”

Para entender esta parábola, nada fácil, voy a actualizarla e intentar explicar cómo entender la actitud del administrador injusto.

En nuestra sociedad, casi todo el mundo que tiene dinero, no lo tiene guardado debajo de la cama o escondido en casa, sino que lo tiene en los bancos. Me pregunto: ¿En qué banco guardamos nuestros dineros? Todos buscamos la entidad bancaria que más intereses nos da o la que menos nos cobra cuando pedimos un préstamo, o la que más prestaciones nos da: como es el cobro de recibos, domiciliaciones, transacciones de una entidad a otra sin cargo, regalos, etc. Así, los bancos buscan y encuentran nuestra amistad.

El administrar injusto lo que hizo, cuando se enteró de que le iba a despedir su amo, fue hacerse amigos, no cobrando los intereses o derechos que tenía por la administración de la hacienda de su amo. Perdonándoles el IVA o sus derechos.

Para conseguir objetivos puramente humanos, los hijos del mundo actúan profesionalmente, no se dejan llevar por la improvisación.

Siempre he admirado la paciencia y el respeto o delicadeza con que los banqueros, los pequeños comerciantes, tratan a la clientela, aunque se trate de una pequeña mercancía. Siempre con buena cara, siempre amables, siempre eficientes. Esto nos puede servir de ejemplo a los que llevamos entre manos las cosas del Reino o nos llamamos cristianos.

Hoy me pregunto, como sacerdote responsable de la iglesia, si preparo bien la homilía, velo y cuido la dignidad de las celebraciones. ¿Cuido la acogida de las personas, con amabilidad, respeto, me intereso por sus necesidades? Cuando acogemos a las personas, es a Cristo a quien acogemos.

Cuando voy al cine, al teatro, al fútbol o a cualquier espectáculo, ¿llego tarde, cuando ya ha empezado o procuro llegar a tiempo para no perderme nada y no molestar a los que ya están?

Cuando voy a un espectáculo: teatro, fútbol, etc., no me pongo en los peores puestos, asientos, detrás de una columna, sino que procuro ponerme en los sitios en los que mejor voy a ver y, si me da el presupuesto, en los más próximos al escenario. ¿Por qué, cuando venimos a misa, llegamos tarde, nos quedamos lejos, de pie, cuando sobran bancos, cuando hay sitio con buenas vistas, cerca del altar y al mismo precio?

Cuando voy a un espectáculo participo, escucho, veo, estoy con los cinco sentidos. ¿Por qué cuando venimos a misa pasamos de casi todo, llegamos tarde, no escuchamos, nos distraemos, nos ponemos lejos, no cantamos ni respondemos a las oraciones?

Todos cuidamos lo que nos interesa, lo que valoramos y lo que apreciamos. Cuidamos de nuestros negocios o intereses materiales y está muy bien, pero ¿cuidamos de nuestra relación con Dios, con nosotros mismos, con los demás? ¿Cuidamos la celebración de los sacramentos, por respeto a los demás?

2. No podéis servir a Dios y al dinero.

            El dinero es, hoy día, un ídolo poderoso, y por ser un ídolo, es un Dios falso; y por ser falso es competidor del único Dios verdadero. El camino del dinero es senda diferente y opuesta al camino de Dios. El sentido cristiano de la vida es que vivamos para Dios, es amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos.

Nuestro corazón es como un chicle que se pega a algo o a alguien.

“Nos creaste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti. ¡Oh, hermosura tan antigua y siempre nueva! Mi corazón te buscaba por fuera y Tú estabas más dentro de mí que yo mismo” (San Agustín)

            El ser humano necesita una seguridad, y dependiendo dónde la busque, se “sentirá bien” y encontrará la felicidad. De hecho, cada día hay más empresas que te aseguran todo: la casa, el coche, el trabajo, accidentes, … y la pregunta es: ¿somos más felices? Hace poco decía un misionero que, en el primer mundo, en la sociedad del bienestar, “tenemos de todo, pero sonreímos menos que en el tercer mundo”.

            La riqueza, para San Ignacio, no sólo es el dinero, sino todo bien en el que pones tu seguridad: títulos, poder, cargos, tráfico de influencias, enchufes, afectos, que desvían tu confianza y seguridad de Dios.

            Si el dinero es un ídolo, un falso dios, no podemos olvidar que hay muchos ídolos, falsos dioses, como el poder, la droga, la sexualidad, el alcohol, la ludopatía, etc., que nos desvían del verdadero camino para seguir a Jesús.

            La solución no es renunciar a los falsos “dioses” para encontrarnos con el verdadero Dios, sino hacer lo posible por encontrarnos y cuidar la relación con el verdadero Dios para que nuestro corazón no se desvíe o se distraiga con los falsos dioses. Que nuestro corazón no necesite ir a beber a los charcos de la vida, habiendo descubierto la verdadera fuente de agua viva que es Jesucristo.

Hoy me pregunto:
  1. Como creyente, ¿cómo cuido mi vida de relación e intimidad con Jesús?
  2. En el anuncio del Reino, o en mi vida cristiana, ¿pongo el mismo interés que para cuidar de mis negocios o bienes materiales?
  3. ¿Siento el Reino de Dios como algo mío o como algo de los curas y del Papa…?
  4. ¿Dónde o en quién tengo puesto yo mi confianza, mi corazón en: el dios dinero, seguros, poder, influencias, amigos, bebida o en el Dios Verdadero?
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