Domingo II de Cuaresma – Ciclo C (Lucas 9, 28 – 36)

COMENTARIO:

1. La transfiguración.

            Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas sitúan el pasaje de la transfiguración de Jesús en un lugar relevante de su relato. Concretamente, se encuentra en el camino hacia Jerusalén, después del 1º anuncio que Jesús hizo a sus discípulos de su pasión, muerte y resurrección. Convirtiéndose la TRANSFIGURACIÓN en un PRE-ANUNCIO de la futura RESURRECCIÓN GLORIOSA DE JESÚS, en la que se manifiesta su identidad de Hijo de Dios.

El pasado domingo vimos cómo Jesús luchaba contra todo tipo de tentaciones del mundo y se enfrentaba a ellas respondiendo con la misma Palabra de Dios. En las lecturas de hoy acabamos de escuchar cómo Jesús, además de su clara humanidad, también dejaba entrever ‑ muy a menudo ‑ su clara divinidad.

Sus amigos, los de más confianza, Pedro, Santiago y Juan, tuvieron una experiencia determinante de que Jesús era el Hijo de Dios. Nosotros, muchos años después, también podemos entrever, a través de Jesús, la imagen del Dios que se esconde en él. En Jesús se encuentra Dios mismo, por eso todos necesitamos la transfiguración, es decir: todos necesitamos ir más allá de la imagen física y humana de Jesús y ver a Dios. Ciertamente detrás de cada palabra de Jesús se encuentra la misma palabra de Dios y tras cualquier gesto y cualquier actitud de Jesús podemos ver las grandes acciones de Dios: el perdón y la salvación.

2. ¡Qué bien se está aquí!

La transfiguración tiene lugar en la cima de un monte (lugar donde Dios se comunica). Lejos de los ruidos de los caminos, de los pueblos y de las ciudades; y en un clima explícito de recogimiento y de oración. Un lugar ciertamente satisfactorio. Como lo pueden ser, muy a menudo, nuestras comunidades: lugares en los que nos encontramos con gente conocida, lejos de las tensiones del mundo, y donde encontramos el calor de la experiencia religiosa. Tal vez por eso, Pedro, al contemplar a Moisés, Elías y Jesús en la gloria de Dios, exclama: «Maestro, qué bien se está aquí». Y el evangelista nos dice que Pedro hablaba «sin saber lo que decía«.

Jesús no les reprende por esto, pero les muestra dos cosas: les hace entrar en la nube de Dios y les hace bajar de la montaña. Ésta es la experiencia completa de la transfiguración. Por tanto, podríamos concluir: Desconfiemos de los sitios donde nos encontremos demasiado bien, porque a pesar de que sea un buen sitio o un sitio donde se encuentre la presencia de Jesús, puede ser una trampa, puede ser un lugar en el que Jesús no nos quiera para siempre. Son lugares para vivir la experiencia cristiana, pero no son lugares para esta­blecerse. Hay que bajar de la montaña e ir a dar testimonio por los caminos y los valles. Hay que ir a Jerusalén, aunque nos cueste. Hay que volver al pueblo y a la ciudad. Hay que volver a mezclarse con la gente. Las buenas experiencias pueden ser trampas de comodidades engañosas, si queremos construir cabañas para quedarnos en ellas. Ciertamente, las comodidades y los lugares agradables a menudo nos pueden hacer cambiar la historia. Si Jesús y sus discípulos se hubieran quedado en la cima de la montaña, ahora nosotros no estaríamos aquí reunidos.

Pero también son necesarios esos lugares y experiencias de “Tabor”, como pueden ser: una conversación, un detalle, un regalo, una caricia, un gesto de cariño, etc. que nos animan a seguir camino del Gólgota.

3. «Éste es mi Hijo: escuchadle”.

Pero la frase más importante del evangelio no la encontramos en boca ni de Jesús ni de los discípulos, sino que sale de la nube celestial y nos da un mensaje de parte de Dios: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle».

Dios mismo nos presenta a Jesús como su Hijo, con toda su divinidad, y nos invita a escucharle.Esta cuaresma podríamos prestar atención a esta actitud de escuchaennosotros. Una acción cristiana que nos hace crecer en la oración y que a la vez comporta muchas otras actitudes, como la de saber guardar silencio para poder escuchar interiormente, o la de tener una mirada atenta sobre los acontecimientos que pasan o la de profundizar en el silencio interior para leer pausadamente las Escrituras. Eso es escuchar. Dios nos invita hoy, este domingo, a escuchar a Jesús con total atención. Y después, Jesús, también insistirá mucho en este aspecto. Jesús repetirá que no se salvan los que hablan, es decir, los que dicen «¡Señor, Señor!», sino los que escuchan sus palabras y las cumplen (Mt 5,21‑24).

Escuchar debería ser una acción que nos distinguiera a los cristianos. Vivimos en una sociedad muy acelerada en la que escuchar se considera una pérdida de tiempo. Por tanto, si estamos en un mundo de tanta palabra, los cristianos no deberíamos ser los hombres y las mujeres de los grandes discursos y las palabras grandilocuentes, los sermoneadores de siempre, sino los que escuchan. Convencidos de que en toda palabra y en toda voz, venga de donde venga, incluso de una nube, podemos descubrir la palabra de Dios. Escuchemos a nuestros amigos. Escuchemos a nuestros padres o a nuestros hijos. Escuchémonos entre los cristianos. Escuchemos a los demás creyentes y a los no creyentes. Esto es lo que quiere el Papa Francisco al convocar el Sínodo sobre la Sinodalidad; escuchar a todo el mundo creyentes y no creyentes. Escuchemos la Palabra de Dios, pronunciada en las Escrituras, leyéndola y meditándola, y la que se esconde tras cualquier voz.

 Vivamos ahora, en nuestra celebración, la experiencia de la transfiguración. Miremos al Cristo transfigurado que nos ha hablado; que ahora se dejará ver y palpar en el pan de la Eucaristía, que se transforma en Cuerpo y Sangre, en vida; y que no nos quiere en la cima de ninguna montaña, sino que nos invitará a volver por los caminos del mundo para que demos testimonio de Él.

Hoy me pregunto:

  1. Jesús se transfigura en el monte mientras oraba. ¿Cuánto tiempo dedico yo a la oración, al silencio, al encuentro con Él? ¿Dónde, cuándo y cómo oro?
  2. ¿Cuáles son mis experiencias fundamentales en la vida cristiana? ¿En qué experiencias se me ha transfigurado, revelado el Señor en mi vida? ¿Cuáles son las experiencias de consolación más fuertes en mi vida? Revívelas.
  3. “Este es mi hijo, escuchadle”. ¿Cómo es mi escucha, atención a Dios y a los hombres?
    • Una idea: Jesús se revela como Hijo de Dios.
    • Una imagen: La transfiguración.
    • Un afecto: La alegría de escuchar la voz de Dios que presenta a Jesús como su Hijo.
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