02-06-2024. Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo – Ciclo B (Marcos 14, 12-16. 22-26)

Comentario:

Queridos hermanos y amigos en el Señor:

            Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Corpus Christi, Jueves Santo y el día de la Ascensión.

            Hoy celebramos la solemnidad del “Cuerpo entregado y Sangre derramada de Cristo”. La fiesta del Amor para todos, consumado hasta el extremo, actualizado cada día y eterno hasta el final de la historia.

1. LA ANTIGUA ALIANZA (1ª LECTURA)

Moisés rubricó la alianza de Dios con su pueblo con la sangre de los animales sacrificados. La mitad la vertió sobre el altar, la parte de Dios; y con la otra mitad roció al pueblo. De este modo el pueblo entendió que Dios estaba con ellos, de su parte; y el pueblo se comprometió a poner en práctica todo cuanto el Señor les había ordenado, y que estaba recogido en las tablas de la ley. Los diez mandamientos son uno de los primeros documentos que recogen los principales derechos del hombre: el derecho a la vida, a la familia, al honor y buen nombre, a la información y expresión, a la propiedad.

La consecuencia de aquella primera alianza, rota y restaurada infinidad de veces, es la historia de Israel. Era una nueva religión fundada, no tanto en el temor, cuanto en el respeto al pacto sellado por mediación de Moisés.

2. LA NUEVA ALIANZA (EVANGELIO)

La sangre derramada de Cristo sella una nueva y definitiva alianza entre Dios y la humanidad. Esta vez no hará falta la sangre de los animales sacrificados. Jesús, el Hijo de Dios, entregará su cuerpo al sacrificio y derramará hasta la última gota de su sangre para la remisión de los pecados. Será un sacrificio definitivo, de una vez por todas y para todos. El sacrificio de Jesús no se repetirá, solo se actualizará ininterrumpidamente en la eucaristía. Las infidelidades de los hombres no harán precisa una nueva alianza, como ocurría en el primitivo pueblo de Dios. La alianza con Dios, por mediación de Jesucristo, se renovará sacramentalmente siempre que sea necesario, sin necesidad de repetirse. Jesús no volverá a morir. Murió y resucitó y vive para siempre.

3. LA ALIANZA DEL AMOR (LA CARIDAD)

Los donantes de sangre y de órganos nos sentimos satisfechos sabiendo que con un poco de nuestra sangre salvamos vidas humanas de cualquier raza y condición. Sabemos que damos vida, dando nuestra propia vida. Como las madres nos dan la vida dando su propia vida.

¡Cuánto más Jesús que nos dio hasta la última gota de su sangre! “Nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por sus amigos”. Esta fiesta tenemos que situarla en la tarde del Jueves Santo en la que Jesús realizó, por amor y para salvarnos, este sacramento, como expresión de la entrega total de su cuerpo y sangre, en la muerte del Viernes Santo en la Cruz.

Esta nueva alianza, sellada con la sangre de Cristo, supone una novedad radical en las relaciones entre los hombres y Dios, porque nueva es la relación de Dios con los hombres por Jesucristo. Es la religión del amor.

Toda la vida de Jesús, todas sus obras y sus palabras, no tuvieron otra intención que la de darnos a conocer el misterio insondable de Dios, que es amor, amor a los hombres. Y el momento culminante de la vida de Jesús, su muerte en la cruz fue la manifestación suprema del amor de Dios.

Ahora sí que podemos saber que Dios es amor; ahora podemos estar seguros de que Dios es, sobre todo, «el que nos ama desmesuradamente«. Ahora podemos vislumbrar también el misterio trinitario de Dios, que es nuestro Padre, nuestro abogado.

4. ACTUALIZACIÓN DE LA NUEVA ALIANZA (EUCARISTÍA) DE LA PRESENCIA DE JESÚS.

Jesús se ha quedado entre nosotros de una manera muy especial. Él ya nos había dicho: «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Él está presente de muchas maneras: cuando nos reunimos con los hermanos en su nombre, especialmente en los más necesitados: «Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Pero, Jesús, se ha hecho presente realmente entre nosotros de un modo muy especial en el Sacramento de la Eucaristía. Nosotros adoramos su Cuerpo y su Sangre, que son nuestro alimento y bebida. El propio Jesús nos lo dijo: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre»(Jn 6,51).

Somos unos afortunados. Jesús está siempre presente entre nosotros y nos da su persona como alimento y bebida para que tengamos vida, una vida para siempre. La comunión vivida con fe nos transforma. Nuestra vida tiene una fuerza interior nueva. Es verdad que vivimos en el mundo y que tenemos muchas actividades, muchas tareas que realizar. Somos como los demás y vivimos como los demás. Pero la fuerza de Jesús nos da una nueva vitalidad, una nueva visión, un nuevo estilo de vivir. Una nueva vida.

  • LA EUCARISTÍA EN NUESTRA VIDA (ACTUALIZACIÓN DEL AMOR)

Actualmente, los que nos reunimos en la celebración de la eucaristía dominical, normalmente participamos en el banquete eucarístico. En otras épocas, muchas personas no iban a comulgar. Solo iban, como se decía, a oír misa. Y a menudo lo hacían por obligación, porque estaba mandado, olvidando el aspecto comunitario y de convite que tiene la eucaristía.

Ya, aún antes del Concilio, la comunidad participaba en las celebraciones eucarísticas, compartiendo un mismo alimento, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, fuente de vida y de intensa alegría para todo el mundo. Es la gran fiesta cristiana, como dice el Concilio Vaticano II: ¨De la liturgia, sobre todo de la Eucaristía, mana hacia nosotros, como de una fuente, la gracia, y con la máxima eficacia se obtiene la santificación de los hombres en Cristo» (núm. 10 de Sacrosanctum Concilium).

Seamos conscientes del don de Dios y del banquete que nos ofrece. Pero conviene que el Señor encuentre nuestra casa bien ordenada. Nuestro corazón ha de estar bien dispuesto, limpio de egoísmo y de pecado, y con un gran deseo de recibir a Jesús. Participemos con alegría en el encuentro comunitario, encuentro de fraternidad, en el que el mismo Jesús nos convoca y nos hace crecer en el amor compartido.

Por tanto, ¡lejos de nosotros la rutina y la superficialidad! Vamos a celebrar la fiesta con cantos y actitud de respeto. Adoremos con fe y humildad al Huésped Sagrado, y acojámoslo con alegría. Toda la celebración nos ha de llevar a vivir con plenitud este encuentro fraternal alrededor de la mesa, dejándonos empapar por la gracia de Dios para que el alimento recibido nos vaya transformando cada día más en Jesús.

Por eso hoy, en este día del Corpus, en el que muchas iglesias y pueblos adoran la eucaristía con alegría y muy festivamente, con procesiones, flores y cantos, deseemos que la gracia de Dios nos reafirme en la fe cristiana, nos haga más sensibles y solidarios con nuestros hermanos más necesitados, nos ayude a crecer en el amor a los demás y nos haga más parecidos a Jesús.

Hoy me pregunto:

  1. ¿Qué valor doy a la Eucaristía? ¿La vivo como una fiesta, o como algo mandado, una imposición, una rutina, un rollo? ¿O como un encuentro con Dios y los hermanos?
  2. ¿Qué implicaciones tiene para mi vida y a qué me compromete?
  3. ¿Participo en la Eucaristía o vengo a cumplir dejando mi conciencia tranquila?
  4. ¿Traigo la vida a la Eucaristía: mis problemas, preocupaciones, agobios, cansancios, alegrías, buenas noticias, y se las presento al Señor en el ofertorio junto con el pan y el vino?
  5. ¿La Eucaristía me lleva a la vida, incide la palabra de Dios en la realidad de mi familia, trabajo, amigos?
    • Una idea: Jesús se queda con nosotros en la Eucaristía.
    • Una imagen: La última cena: “tomad y comed, tomad y bebed”.
    • Un afecto: Agradecimiento por su presencia en la Eucaristía.
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