28-04-2024. Domingo 5º de PASCUA – Ciclo B (Juan 15, 1-8)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».
Comentario: «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador»
Queridos hermanos y amigos en el Señor:
- De perseguidor a discípulo.
El capítulo previo de la primera lectura que hemos leído narra la conversión de Saulo/Pablo en sus primeros tiempos, todavía en Damasco y Arabia. La triple repetición en los Hch 9, 22 y 26 es para Lucas una manera de remarcar la gran importancia de esta experiencia o última aparición de Jesús resucitado a Pablo.
Pablo no fue de los discípulos que siguieron a Jesús, más bien le perseguía, pero Jesús lo seguía a él “Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara” (1Cor 15,8) y terminó encontrándolo en el camino.
Los recelos contra él fueron desapareciendo enseguida y Bernabé, hombre de talante abierto y acogedor, tuvo una influencia importante en la superación de los prejuicios.
- “Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos como Él nos amó”. Dios es más grande que nuestra conciencia.
San Juan pretende infundir confianza en todas las situaciones posibles de la vida.
Toda la vida cristiana se reduce a estos dos grandes ejes que forman una cruz: LA VERDAD Y EL AMOR que se traduce en obras. Como dice San Ignacio: «el amor se ha de poner más en obras que en palabras«, o como dice un dicho castellano: «obras son amores y no buenas razones«.
Pero San Juan nos transmite confianza y seguridad si creemos en Jesucristo como Hijo de Dios y nos amamos los unos a los otros como Él nos amó.
3. «Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador”.
Con esta preciosa alegoría de la vid, San Juan intenta explicarnos la intimidad e inmanencia de Cristo en nosotros.
Los elementos de la alegoría: Cristo es la cepa; nosotros somos los sarmientos; el Espíritu es la savia y el Padre es el labrador.
La relación entre la vid y los sarmientos:
Debe ser íntima, permanente, fecunda
La vid y los sarmientos se necesitan por naturaleza, se complementan y enriquecen mutuamente. Entre la vid y los sarmientos debe existir una alianza enriquecedora. La vid se da toda a los sarmientos, los sarmientos se abren por completo al influjo vital de la vid. Es la savia, el espíritu, el que sella esta unión y la mantiene.
La unión íntima
No cabe mayor intimidad porque comparten el mismo alimento. La savia es como el Espíritu que penetra hasta lo más íntimo y profundo del ser. Esa savia-Espíritu es la que realmente da vida, la que inspira los pensamientos y las opciones y los sentimientos y todo el dinamismo interior.
Así, la vid vive en los sarmientos, los sarmientos viven en la vid. Por eso, «mis palabras permanecen en vosotros» (15,7); «que mi gozo esté en vosotros» (15,11).
Es una compenetración completa por la que se comparte toda la riqueza del Espíritu. Desde esta unión se puede decir: «vivo yo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20). Se puede decir que no somos cristianos, que «somos Cristo» (San Agustín); que somos como «dos trozos de cera fundidos en uno solo» (Cura de Ars).
Esta unión íntima entre el sarmiento y la vid nos lleva a afirmar que por todos los sarmientos corre la misma savia y por lo tanto no puede haber rivalidades e incomprensiones entre ellos. Gozarán de una maravillosa simpatía y de una profunda empatía, como si tuvieran un solo corazón.
Unión permanente
Un sarmiento no puede separarse ni un instante de la vid si no quiere perecer. Así, nuestra unión con Cristo ha de ser permanente. Siete veces se repite la palabra permanecer en el evangelio: «permaneced en mi palabra, permaneced en mi amor, permaneced en mí. No bastan encuentros esporádicos e intermitentes, unos ratos de oración o de retiro o misas programadas.
La unión se hace en la oración, en el dolor, en el trabajo, en el descanso… siempre que todo ello se haga “en” y “desde” el amor. «Si vivimos, vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor» (Rom 14,8).
Unión fecunda
La vida encuentra su sentido en la expansión, en la propagación, en ofrecer mucho fruto, si no se agota en su vaciedad. La persona se realiza en la medida en que aporta algo a los demás, si no quiere secarse en su esterilidad.
La alegoría de la vid insiste mucho en el tema de los frutos. Los sarmientos solo están ahí para dar mucho fruto, de lo contrario solo sirven para el fuego. Para dar fruto se necesitan dos cosas:
1. la unión con la vid, que el sarmiento se deje llenar por la savia (el espíritu) y del amor que es capaz de producir los frutos más gozosos.
2. la poda que es necesaria para dar fruto.
El Padre es el labrador. Y el Padre sabe que la poda es necesaria, aunque sea dura. Él sabe manejar muy bien las tijeras para que el corte, siempre sangrante, resulte menos doloroso. Son cortes liberadores, para que el sarmiento no se apegue al follaje, a la hojarasca y se concentre en la misión que se le ha encomendado. Para crecer hay que cortar.
El hombre y la mujer tendemos a la dispersión, a los apegos inútiles, a la distracción, a las evasiones, a los caprichosos entretenimientos. Por ahí se nos va la vida. Por ahí hay que cortar, para no recargarnos de cosas innecesarias, de deseos angustiosos, de inútiles preocupaciones, de distracciones alienantes. Esta poda se siente hoy más necesaria, por el ambiente consumista que nos envuelve. Andamos excesivamente recargados y dispersos.
La poda puede en la realidad tener muchos nombres, como enfermedad, fracaso, desilusión y desencanto, persecución, críticas o calumnias, malentendidos, desajustes en la convivencia, problemas en la familia, cambios de misión, circunstancias adversas o desgraciadas, desapegos interiores, noches espirituales… El labrador sabrá bien por dónde hay que cortar. Y tú, que sabrás por donde lo necesitas, déjate cortar.
Hoy me pregunto:
- ¿Cómo es mi amor a Dios y a los hombres?
- ¿Cómo es mi unión con Dios: íntima, permanente y fecunda?
- ¿Qué podas he vivido en mi vida y cómo me han ayudado a madurar?
- Una idea: Jesús es la vid verdadera.
- Una imagen: La viña (Jn 15,1-8)
- Un afecto: El gozo de permanecer unido a la vid.