31-03-2024. Domingo de PASCUA de la Resurrección del Señor – Ciclo B (Juan 20, 1-9)

Comentario:

Queridos hermanos y amigos en el Señor: ¡Cristo, ha resucitado! ALELUYA. ALELUYA.

Después del Viernes Santo en el que hemos contemplado la pasión y la muerte de Jesús, ¿quién mantiene la esperanza de volver a ver a Jesús?

 Solamente las que están muy enamoradas como María Magdalena y las otras mujeres van a terminar de embalsamar su cuerpo al sepulcro y se encuentran con la sorpresa, que no daban crédito, la piedra del sepulcro estaba quitada. Y junto a la sorpresa viene el anuncio: el Señor ha resucitado.

A propósito del evangelio de hoy quiero compartir con vosotros estos 3 puntos:

  1. El anuncio: ¡el Señor ha resucitado!

Este anuncio que desde los primeros tiempos de los cristianos iba de boca en boca era el saludo: “el Señor ha resucitado”. Y las mujeres, que fueron a ungir el cuerpo del Señor, se encontraron frente a una sorpresa. La sorpresa. Los anuncios de Dios son siempre sorpresas, porque nuestro Dios es el Dios de las sorpresas. Y así desde el inicio de la historia de la salvación, desde nuestro padre Abraham, Dios sorprende: «Pero ve, ve, deja, vete de tu tierra». Y siempre hay una sorpresa detrás de la otra. Dios no sabe hacer un anuncio sin sorprendernos. Y la sorpresa es lo que te conmueve el corazón, lo que te toca precisamente allí, donde tú no lo esperas. Para decirlo coloquialmente: la sorpresa es un golpe bajo; tú no te lo esperas. Y Él va y te conmueve. Primero: el anuncio hecho sorpresa.

  1. La prisa

Las mujeres corren, van deprisa, María Magdalena “echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo a decir que la losa estaba quitada y no estaba Jesús en el sepulcro”.

Las sorpresas de Dios nos ponen en camino, inmediatamente, sin esperar. Y así corren para ver. Y Pedro y Juan corren. Los pastores, la noche de Navidad, corren: «Vamos a Belén a ver lo que nos han dicho los ángeles». Y la Samaritana corre para decir a su gente: «Esta es una novedad: he encontrado a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho». Y la gente sabía las cosas que ella había hecho.

También hoy sucede: hay mucha gente que corre para dar buenas noticias. Nosotros tenemos la mejor noticia que dar al mundo: ¡JESÚS HA RESUCITADO! Porque esta noticia afecta a nuestra existencia desde que nacemos hasta que morimos.

En las ciudades, en los pueblos, en nuestro barrio, en el mundo entero, cuando sucede algo extraordinario, la gente corre a ver. Todos los medios de comunicación hacen informativos especiales, todos quieren ser los primeros en dar la noticia, ganarse el tanto de ser el mejor informado.

 Ir deprisa. Andrés no perdió tiempo y fue deprisa donde Pedro a decirle: «Hemos encontrado al Mesías».

Las sorpresas, las buenas noticias, se dan siempre así: deprisa.

  •  Pedro y Juan fueron corriendo y «entraron en el sepulcro». Entraron en el misterio. Juan “vio y creyó”.

Esta es la pregunta que debemos hacernos en este día: yo, como Pedro y Juan, ¿soy capaz de entrar en el sepulcro vacío, entrar en el misterio que Dios ha realizado con su muerte y resurrección?

No se puede vivir la Pascua sin entrar en el misterio. No es un hecho intelectual, no es solo conocer, leer… Es más, es mucho más.

«Entrar en el misterio» significa capacidad de asombro, de contemplación; capacidad de escuchar el silencio y sentir el susurro de ese hilo de silencio sonoro en el que Dios nos habla (cf.1 Re 19,12).

Entrar en el misterio nos exige no tener miedo de la realidad: no cerrarse en sí mismos, no huir ante lo que no entendemos, no cerrar los ojos frente a los problemas, no negarlos, no eliminar los interrogantes…

Entrar en el misterio significa ir más allá de las cómodas certezas, más allá de la pereza y la indiferencia que nos frenan, y ponerse en busca de la verdad, la belleza y el amor, buscar una respuesta no trivial a las cuestiones que ponen en crisis nuestra fe, nuestra fidelidad y nuestra razón.

Para entrar en el misterio se necesita humildad, la humildad de abajarse, de apearse del pedestal de nuestro yo, tan orgulloso, de nuestra presunción; la humildad para redimensionar la propia estima, reconociendo lo que realmente somos: criaturas con virtudes y defectos, pecadores necesitados de perdón. Para entrar en el misterio hace falta este abajamiento, que es impotencia, vaciamiento de las propias idolatrías, adoración. Sin adorar no se puede entrar en el misterio.

Con estas actitudes nos puede pasar como a Juan que al entrar en el sepulcro “vio y creyó”.

¡Aleluya, Aleluya, el Señor ha resucitado!

Hoy me pregunto:

  1. ¿Me dejo sorprender por el anuncio de Jesús ha resucitado?
  2. EL encuentro con Jesús siempre es sorprendente. ¿Recuerdo mi primer encuentro con Jesús resucitado?
  3. El encuentro con Jesús siempre nos lleva a ir deprisa a contarlo, a anunciarlo. ¿Cómo es mi pasión por anunciar que Jesús ha resucitado?
  4. ¿Me atrevo, como Pedro y Juan, a entrar en el “sepulcro” o misterio de Dios?
  • Una idea: Jesús ha resucitado.
  • Una imagen: el sepulcro vacío.
  • Un afecto: alegrarme y gozarme de tanto gozo y alegría por la resurrección de Jesús.
Etiquetas