10-3-2024. Domingo 4º de Cuaresma – Ciclo B (San Juan 3, 14-21)

Comentario:

Queridos hermanos y amigos en el Señor:

1. La Alianza rota y sus consecuencias. 

No siempre el hombre ha respondido con fidelidad a Dios. La historia de Israel, como seguramente también la nuestra, es una historia de idas y vueltas, de pecado y de conversión. Hoy hemos escuchado en la primera lectura un resumen de esta historia, referente al tiempo del destierro a Babilonia. La infidelidad de Israel, desde los jefes y sacerdotes hasta el pueblo, fue en verdad grande. Aquella Alianza que tan solemnemente habían firmado y prometido cumplir con Moisés a la salida de Egipto, y que recordamos el domingo pasado, estaba ya olvidada. Israel abandonó a su Dios y se hizo otros dioses más cómodos. No hizo caso de los avisos que se le enviaron, por ejemplo, del profeta Jeremías, que en este tiempo de desastre intentó convencer al pueblo de su insensatez.

Y vino lo que tenía que venir: el destierro a Babilonia. Los ejércitos invasores destruyeron el Templo, incendiaron la ciudad, saquearon todo lo que pudieron, y llevaron al destierro a los habitantes. Actualmente hay millones de personas desterradas de su país viviendo en campos de refugiados y, hace ya más de 30 años, el P. Arrupe fundó el servicio de los Jesuitas a los refugiados (JRS). Actualmente vemos la cantidad de gente que tiene que huir de sus países en guerra por la invasión de otros países al suyo.

El autor de esta crónica interpreta todo como consecuencia del pecado; pero ha sido el mismo pueblo el que, al alejarse de la Alianza con Dios, se ha precipitado en la ruina en todos los sentidos.

Fue una experiencia muy amarga. Así, en el salmo que hemos cantado, encontramos acentos de tristeza: «Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar«.

Para algunos teólogos del AT la historia de pueblo de Israel es cíclica: ALIANZA – PECADO – CASTIGO – ARREPENTIMIENTO.

2. Pero triunfa el amor y el perdón de Dios.

En la misma lectura hemos escuchado la otra cara de la historia. A los cuarenta años de castigo por el destierro de Babilonia y el arrepentimiento del pueblo de Israel, Dios movió el corazón del rey Ciro y este permitió a los israelitas volver a Jerusalén para reedificar su nación y su Templo. No se consumó la destrucción del pueblo elegido de Dios, ni de su religión. Dios superaba, una vez más, con su amor y su perdón, la realidad del pecado.

Es una historia que no nos resulta extraña. ¿No es algo que nos pasa a la humanidad, a la Iglesia, a cada uno de nosotros? ¿Una historia de destierros y regresos, de pecado y de perdón? En la noche de la Vigilia Pascual recordaremos en las lecturas los momentos cruciales de la historia de Israel, porque también para nosotros, la experiencia de la comunidad cristiana nos resulta como un espejo.

El amor de Dios supera siempre nuestro mal. Esto es también lo que hemos escuchado decir a san Pablo: «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo… Así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros».

3. Reedificar nuestras ruinas.

En este tiempo de Cuaresma, de Gracia, somos invitados, de un modo especial, a confiar en esta misericordia de Dios y a reconciliarnos con Él. Como a Israel, se nos presenta el camino para volver del destierro, del pecado, y a renovar en nuestras vidas la Alianza con Dios.

La vuelta para los judíos fue un reto para la reedificación de sus casas, de su ciudad, de su templo, de los valores que habían perdido por toda una generación de exilio en medio de una sociedad pagana.

También para nosotros, Cuaresma-Pascua, es un reto de reedificación. Cada uno de nosotros sabrá lo que tiene que reedificar. Es una historia personal de pecado y conversión, una historia comunitaria de renovación de fidelidades, una historia social de valores que hemos dejado perder, y la Pascua nos urge a que la recuperemos. La consigna que el Papa ha dado a toda la Iglesia, la «Nueva Evangelización», tiene también resonancia para cada uno de nosotros: se trata de reorientar hacia el evangelio de Cristo, o sea, hacia la Alianza Nueva con Dios, los criterios de nuestra vida.

La experiencia de nuestras heridas físicas o morales recuperadas o cicatrizadas, tiene que llenarnos de esperanza y confianza de que nuestra vida nunca la abandona Dios, que Él es el primer interesado, como una madre con su hijo, en que nos recuperemos y gocemos de buena salud.

4. Mirad a la Cruz de Cristo: Jesús no ha venido a condenar al mundo, sino a salvarlo.

Hemos escuchado que, a los israelitas en el camino del desierto, se les puso delante la imagen de una serpiente, como medicina de sus males. No sabemos cuál era el sentido de esta serpiente, pero lo que sí sabemos, es que Cristo en la Cruz es para nosotros cátedra de sabiduría, lección magistral para nuestra vida, medicina y remedio para nuestros males. Ahí, en la Cruz de Cristo, es donde entendemos qué significa el amor de Dios y qué respuesta espera de nosotros. También de ahí proviene la Luz, que es Cristo, que quiere iluminar nuestra existencia. En la Vigilia Pascual encenderemos la Luz del Cirio Pascual que es imagen de Cristo, y nosotros mismos, con cirios más pequeños, iremos recibiendo participación de esa luz. Es todo un símbolo de lo que la Pascua quiere producir en nosotros: que reedifiquemos nuestra vida, que nos dejemos iluminar por Cristo, que renovemos nuestra Alianza y que vivamos la Pascua, como hijos de la Luz.

En medio de un mundo en muchos aspectos desorientado, los cristianos reorientamos nuestra vida según la Alianza de Dios en Cristo Jesús. Vivimos confiados en el Amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, que es más grande que nuestro pecado, nuestras obras y nuestras pequeñeces.

Si Dios envió su Hijo al mundo para salvarlo y no para condenarlo, no podemos vivir tristes, acomplejados, temerosos, desconfiados del amor de Dios, sabiendo que al final de la Historia triunfará el amor.

Hoy me pregunto:

  1. ¿Sé leer mi historia: pecado, destierro, arrepentimiento y reconstrucción de mi vida en clave de Salvación?
  2. ¿Experimento en mi vida lo que nos dice San Pablo: “Dios rico en misericordia por el gran amor que me tiene”?
  3. ¿Siento en mí lo que Jesús le dice a Nicodemo?: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
  • Una idea: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”. “Dios mandó su Hijo al mundo para salvarlo”.
  • Una imagen: Jesús en la Cruz.
  • Un afecto: Agradecimiento por la salvación de Jesús.
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