
18-2-2024. Domingo 1º de Cuaresma – Ciclo B (Marcos 1, 12-15)
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.
Después de que Juan, fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía:
«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».
Comentario:
Queridos hermanos y amigos en el Señor:
1. REITERASTE TU ALIANZA CON LOS HOMBRES
Al comienzo de esta Cuaresma, Dios quiere renovar con nosotros su Alianza, como lo hizo con la familia de Noé después del diluvio. Así lo hemos escuchado en la primera lectura: “Dios le dijo: Yo hago un pacto con vosotros».
Esta Alianza era renovación de la primitiva que ya había hecho Dios con Adán. Ahora era como una refundación de la humanidad, después de la catástrofe purificadora del diluvio. Más tarde volverá a sellar su Alianza con Moisés y el pueblo de Israel, tras los años de la esclavitud de Egipto.
En verdad, como nos ha invitado a cantar el salmo, «el Señor es bueno y recto», es nuestro «Dios y salvador», «su ternura y misericordia son eternas».
En una de las Plegarias Eucarísticas le decimos agradecidos: «Cuando el hombre, por desobediencia, perdió tu amistad, tú no le abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te encuentre el que te busca, y reiteraste tu alianza a los hombres».
Podemos hacer como el profeta Jeremías 18, 1-8, cuando compara a Dios con el alfarero que está haciendo una figura de barro y hasta que lo hace bien lo repite una y otra vez. Así Dios hace una y otra alianza con el hombre comenzando por Adán, con Noé después del diluvio, con Moisés después de la travesía del desierto, hasta que selló su alianza definitiva con la Pascua de Jesús, que es lo que celebraremos al final de la cuaresma.
2. CRISTO EN LA CRUZ, EL VERDADERO ARCO IRIS
A los contemporáneos de Noé, Dios les indicó un signo muy sencillo y fácil de aplicar: cuando vieran el arco iris, que sale después de la tormenta, los invitó a que recordaran su indestructible bondad.
A nosotros, los cristianos, es Cristo Jesús, con su Muerte y Resurrección, la manifestación de este amor de Dios. Ha sido Él, Jesús, el Salvador, el que «murió por los pecados una vez para siempre, el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios» (lo hemos escuchado en la lectura de san Pedro). La Alianza ahora es «la Nueva Alianza en la sangre de Cristo«. Ha habido algo más que un diluvio o un período de esclavitud: Cristo, nuestro hermano, se ha entregado hasta la muerte por amor y ha restablecido, de una vez por todas, las alianzas entre Dios y la humanidad. Es lo que vamos a celebrar en todo este tiempo de Cuaresma/Pascua.
El día de nuestro Bautismo entramos cada uno de nosotros en el ámbito de esta Alianza. Como nos ha dicho San Pedro, el diluvio fue como símbolo del bautismo: por medio del signo del agua, Dios nos salvó y nos introdujo en la nueva humanidad.
Cuando celebramos la Eucaristía, haciendo el memorial de la Muerte de Cristo, participamos de su Cuerpo y su Sangre, la «Sangre de la Nueva Alianza». Siempre es Él, Cristo Jesús, ahora en su existencia gloriosa, quien nos hace partícipes de la fuerza salvadora de su Muerte pascual y, de una manera especial, en la Pascua de cada año.
3. CUARESMA, RENOVACIÓN DE LA ALIANZA
Este tiempo de Cuaresma nos invita a renovar nuestro compromiso con Dios. Alianza es amistad, fidelidad y compromiso, por las dos partes. De la fidelidad de Dios no podemos dudar. Él es siempre fiel. Nos lo ha demostrado de una vez por todas en la Pascua de su Hijo. Pero nosotros estamos siempre tentados de infidelidad. Todos tenemos experiencia de ello.
Tenemos experiencia de que vivir en cristiano -o sea, según el plan de vida que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús- es difícil, y supone luchar ante las tentaciones de este mundo; como también lo experimentó Jesús, en sus tentaciones del desierto, que recordamos cada año en este primer domingo de Cuaresma, para mostrarnos el ejemplo de su fidelidad a Dios.
Tenemos experiencia del pecado, y por eso, además de los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía, necesitamos también el de la Reconciliación o Penitencia, que en este tiempo tendrá especial significado. Solo podemos celebrar la Pascua con Cristo si nos dejamos purificar por Él y reconciliar con Dios. Las primeras palabras de Jesús por tierras de Galilea fueron: «está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed en la Buena Noticia«.
Inauguramos un tiempo importante: tres meses de primavera espiritual para cada uno y para la comunidad. Cuaresma y Pascua. En este tiempo Dios nos quiere curar de nuestros males, nos quiere comunicar la energía y la vida nueva de Cristo Jesús. Quiere renovar su Alianza con nosotros. Nos tiende, una vez más, su mano. Y una Alianza renovada es una Alianza purificada y reorientada claramente hacia Dios.
Dejémonos convencer y aceptemos esa mano tendida. Miremos el ejemplo de ese Cristo que empieza su camino, cargado de dificultades y también de tentaciones, hasta llegar a la obediencia total de su muerte en Cruz y la alegría plena de la Resurrección.
De momento, seis semanas de Cuaresma. Iniciando ya lo que será la Pascua: paso de lo viejo a lo nuevo, de la oscuridad a la luz, de la enfermedad a la fortaleza, de la muerte a la vida.
Dejemos a Cristo que actúe en nosotros y nos prepare a celebrar con Él su Pascua. Sin olvidar que Él pasó 40 días en el desierto y fue tentado y conducido por los ángeles que le consolaban.
Hoy me pregunto:
- ¿Cuál es mi desierto? ¿Cómo es mi oración? ¿Escucho a Dios y a mis hermanos los hombres?
- ¿Cuáles son mis tentaciones en el desierto de mi vida? ¿Qué ángeles me acompañan y consuelan?
- ¿Qué medios voy a utilizar para ser fiel a Dios? ¿Oración, ayuno, limosna, no criticar, ser más amable, generoso? ¿Cuáles son mis desolaciones? Y ¿Cuáles mis consolaciones?
- ¿Al renovar mi alianza con Dios siento que me quiere y ama con locura?
- Una idea: Dios es fiel, aunque yo no lo sea
- Una imagen: Jesús tentado en el desierto
- Un afecto: la alegría del reencuentro con Dios