29-10-2023. Domingo 30 del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 34-40)
EN aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?».
Él le dijo:
«“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”.
Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él:
“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas».
Comentario:
Queridos hermanos y amigos en el Señor:
Los fariseos, la semana pasada, tentaron a Jesús con la licitud de pagar impuestos al Cesar y se encontraron con una respuesta que no esperaban: “Al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Hoy siguen tentando a Jesús para ponerlo a prueba, preguntándole cuál es el mandamiento principal de la ley judía.
1. Un mensaje viejo y siempre nuevo: el amor
El evangelio de hoy tiene un peligro: es demasiado conocido y parece sencillo. Unido al mensaje que nos da la primera lectura del Éxodo, habría que ayudar a descubrir la fuerza, siempre actual y difícil, del mandamiento del amor.
Habría que dar gracias a los fariseos por poner a Jesús en la ocasión de condensar, de este modo, todo su plan de vida. También nosotros ahora, entre tantas direcciones en que se mueve nuestro interés, nos preguntamos qué es lo verdaderamente importante y Jesús nos responde también a nosotros. Él une el amor a Dios -primer mandamiento- y el amor al prójimo -semejante al primero-.
Según en qué ambientes nos movamos, habría que subrayar el amor a Dios y, en otros, el amor al prójimo.
El amor a Dios es el primer mandamiento. El que se formula bíblicamente como «no tendrás otro Dios más que a mí«: un mandamiento que sigue siendo el más radical de todos, contra los ídolos de antes y los de ahora. Contra el peligro de centrarnos en otros «dioses». Amar a Dios no es solo el no blasfemar o el santificar las «fiestas»; es poner su plan de vida como prioridad absoluta en nuestros programas y en nuestra mentalidad. Es escuchar su Palabra, encontrarnos con Él en la oración, amar lo que ama Él. Es algo más que temerle, es amarle.
2. El amor hecho realidad, encarnado en … (2ª lectura: la carta a los Tesalonicenses)
Pablo los alaba: «abandonando a los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero«: es toda una respuesta al materialismo y a las tentaciones idolátricas que hoy abundan más que nunca. Es poner a Dios por delante de cualquier otro valor, también como razón de ser del mismo amor al prójimo, que para muchos parece el prioritario, pero que Cristo pone como consecuencia del primero: el amor a Dios.
2.1. Dios sigue al lado de los débiles (1ª lectura del Éxodo)
El verdadero amor a Dios nos lleva a amar a los más pobres, débiles y necesitados. Así viendo la enumeración que el Éxodo hace, nos damos cuenta de que los problemas sociales son viejos y los ejemplos que aparecen en la primera lectura siguen teniendo actualidad: los inmigrantes, el desamparo de las viudas y los huérfanos, el aprovecharse de los forasteros (inmigrantes, turistas…) o de los pobres. La amenaza de Dios es fuerte: «si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé», «porque soy compasivo«.
Jesús une las dos direcciones del amor, la vertical y la horizontal: no vale amar a Dios (o decir que se ama a Dios) y descuidar el amor horizontal, sobre todo con los débiles. Hoy también con la crisis mundial, y más que nunca, podemos indicar -cada uno en su ambiente- los más desamparados de la sociedad: los que entre todos marginamos para aprovecharnos de ellos y de su debilidad… A veces es en el terreno económico, otras en el cultural, pero siempre pagan unos cuantos la usura y la ambición de otros. En otras ocasiones la que sufre es la dignidad de la persona humana, tanto si es por motivos sociales como raciales, ideológicos o religiosos, y queda humillada la persona y Dios toma como algo propio esta humillación. Nunca está de más que también a los cristianos se nos recuerde que ahí está el mandamiento principal, y que debemos cumplirlo no por mero altruismo, ni por propaganda electoral, sino como consecuencia del amor a Dios y del amor de Dios.
En la familia, en la comunidad eclesial, en la sociedad, en la escuela, en el trabajo, en todos los campos, tenemos cada día mil ocasiones para examinarnos de este primer mandamiento: ¿amo en verdad a Dios y al prójimo? El mejor modelo es el mismo Jesús: basta recordar cómo amó a Dios, su Padre, y cómo trató a los demás, en especial a los más abandonados.
3. El cristianismo tiene una ley positiva: amar
Otro aspecto que conviene resaltar: nuestra ley cristiana está aquí expresada en términos absolutamente positivos. Se podría recordar lo de «no matar», «no robar», «no mentir»… Pero Cristo, al resumir toda la Ley, nos da un programa positivo: «amar».
El amor no es sólo un mandamiento, una ley importante. Es la razón de ser de todo. Es el principio fundamental que lo impregna todo. Es el alma de toda ley y de toda vida cristiana, personal y comunitaria. No se trata de un aspecto jurídico, sino de la clave teológica que da sentido a toda nuestra vida cristiana y humana. Ahí está la novedad del cristianismo.
Somos cristianos si amamos. El «examen» final será este: «porque me disteis de comer…», «lo que hicisteis a uno de estos, me lo hicisteis a mí»… (Mt 25,31-46)
Con palabras de San Ignacio: “el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras” [EE 230] y en Castellano: “obras son amores y no buenas razones”.
3.1. “Amarás al prójimo como a ti mismo”
Hoy, también, me debo preguntar: ¿cómo es mi autoestima? ¿El amor a mí mismo? ¿Me conozco, acepto, quiero y valoro lo suficiente?
Dicen los psicólogos que, si mi autoestima no es suficientemente alta, no puedo ser básicamente feliz.
Con frecuencia somos un desconocido para nosotros mismos. Me cuesta mucho trabajo el aceptarme y valorarme a mí mismo, con mis defectos y virtudes, aciertos y desaciertos, luces y sombras.
Jesús nos dice que: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. ¡Difícilmente podemos amar a los demás si no me amo a mí mismo!
En este mandamiento, por lo menos, debemos cumplir el dicho que dice: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti” o, en positivo, “haz a los demás lo que quieres que te hagan a ti”
Hoy me pregunto:
- ¿Amo a Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con todo mi ser, por encima y delante de todos los ídolos…?
- ¿Cómo me amo a mí mismo?, ¿Me valoro, acepto y quiero?
- ¿Cómo amo al prójimo? ¿Pongo, en práctica la nota de San Ignacio de que “el amor se ha de poner más en las obras que en las palabras” [EE 230]?