
17-09-2023. Domingo 24 del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 18, 21-35)
Comentario:
Queridos hermanos y amigos en el Señor:
El evangelio de este domingo hemos de enmarcarlo en el discurso que el evangelista Mateo dedica a instruir a la comunidad (Mt 18). Por ello se repite con frecuencia la palabra “hermano” y trata temas relacionados con la vida de la comunidad: la iglesia, la sociedad, nuestra familia… El domingo pasado nos hablaba de “la corrección fraterna y la oración en común” y, hoy, el tema central de las lecturas es el PERDÓN.
El evangelio tiene dos partes: en primer lugar, Pedro, en nombre de los discípulos, le hace una pregunta a Jesús:
- Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces lo tengo que perdonar?
La respuesta de Jesús, “hasta setenta veces siete”, significa:
- Siempre: es decir, sin límite de tiempo ni de veces.
1.2. Sin límites: “Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades. No está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo”
No vale decir lo que con frecuencia escuchamos: “perdono, pero no olvido”. Esto es perdonar a medias. Significa que en el fondo no has perdonado, y lo que es peor, le sigues pasando factura a tu hermano porque te sirve para recordárselo y chantajearlo con frecuencia, y te sigue haciendo daño la agresión a ti, como en el cuento:
“De camino hacia su monasterio, dos monjes budistas se encantaron con una bellísima mujer a la orilla de un río. Al igual que ellos, quería ella cruzar el río, pero éste bajaba demasiado crecido. De modo que uno de los monjes se la echó a la espalda y la pasó a la otra orilla.
El otro monje estaba absolutamente escandalizado y, por espacio de dos horas, estuvo censurando su negligencia en la observancia de la Santa Regla: ¿había olvidado que era un monje? ¿Cómo se había atrevido a tocar a una mujer y a transportarla al otro lado del río? ¿Qué diría la gente? ¿No había desacreditado la Santa Religión?
El acusado escuchó pacientemente el interminable sermón, al final estalló: “hermano, yo he dejado a aquella mujer en el río. Eres tú quien la lleva ahora”.
- A todos:
No vale perdonar solo a los que nos caen bien o nos han perdonado a nosotros o nos han hecho un favor y “favor con favor se paga”. No, esto no es cristiano. Ya el evangelio nos lo deja bien claro cuando dice que debemos amar incluso a los enemigos, porque “si amamos solo a nuestros amigos ¿qué merito tenemos?”. Pues el perdón es la mejor muestra de amor, incluso cuando nos ofenden.
- Con Amor: como nos dice el Salmo 102
“Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios”
Debemos perdonar con amor, no solo a regañadientes, sino metiéndonos en la piel de nuestros hermanos, comprendiendo, disculpando, como nos dice el Salmo: “siendo compasivos y misericordiosos”, “como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por sus fieles, sabe de qué estamos hechos, sabe que somos polvo”.
La fuerza para perdonar debemos sacarla de la propia experiencia de sentirnos queridos, amados, mimados y perdonados por Dios, al ser creados, redimidos y salvados por amor.
- Jesús cuenta la parábola: el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados:
El rey representa a Dios, que concede mucho más de lo que el siervo le pide: le perdona su deuda, aunque sea muchísima. El siervo solo le pedía un poco de paciencia y el Señor, a pesar de ser mucho (1.000.000 €), le perdona todo.
Sin embargo, el siervo perdonado, cuando su compañero que le debe mucho menos le pide “un poco de paciencia”, le aplica la ley y lo envía a la cárcel.
El perdón tiene que ver con la misericordia y la caridad, no con la ley ni con la justicia. Debemos condenar el pecado, la injusticia, la agresión, pero perdonar al pecador, a la persona.
Dice K. Rahner que “pertenece a la esencia del pecado el no reconocerlo”; por ello, el sentirnos pecadores es una gracia de Dios.
El sentirnos pecadores nos hace más humanos, más comprensivos con los demás, más libres, más sencillos y humildes, más cerca de Dios y de la condición humana.
Hoy me pregunto:
- Cuando rezamos el Padrenuestro y decimos: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, ¿cómo nos sentimos?
- ¿Realmente me siento, como el Salmista, cuando canta: “Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios”?
- Cuando alguien me ofende, ¿en qué me fijo? ¿En el daño que me ha hecho, en la imagen que me ha dañado, en el daño que se ha hecho a sí mismo? O ¿soy capaz de fijarme no solo en el pecado, sino en el pecador que también es un hijo de Dios, y por lo tanto le miro con ternura y le perdono como le mira y perdona Dios?
- Perdono: ¿siempre, sin límites, a todos y con amor?