Durante el verano, tras varios meses de obligaciones, exámenes e intenso trabajo, llegan, para la gran mayoría, las ansiadas vacaciones. Muchos las consideramos una época de descanso, de dejar atrás la rutina, de salir de nuestro día a día, de disfrutar de amigos y de familia, de desconectar y dejar que el tiempo se vuelva relativo.

No obstante, es fácil que muchas de las actividades cotidianas que realizamos durante el curso corran el riesgo de ser olvidadas. Especialmente, me refiero al cuidado de nuestra relación con Dios, pues debido a la libertad que tenemos durante el tiempo estival podemos perder nuestro contacto con el Señor. Sin embargo, no debemos olvidarnos de Él, pues, ¿qué es la vida sin Dios?

El verano puede ser el punto de partida de un camino, y es que a lo largo de estos meses podemos encontrar diferentes formas de mantener la conexión con Dios, como alabando la creación, o como diría san Ignacio, «encontrando a Dios en todas las cosas». Muchas serán las personas que enfocarán sus veranos desde el servicio a los demás, dedicando su tiempo a través de la entrega y la generosidad. Se esforzarán, se ilusionarán, compartirán y aprenderán. Todo esto a través diferentes experiencias poco ordinarias o simplemente a través de pequeños detalles del día a día. Este año, será un año especial para muchos jóvenes, pues acudirán a las JMJ en Lisboa con el papa Francisco, en el que seguro, encomendará la misión de que «¡Hagan lío!», llamando a la transmisión de la fe en nuestro día a día.

Para los cristianos el verano puede ser mucho más que un simple período de descanso, puede ser el principio de una etapa a través de la cual, nos acerquemos a Dios, fortalezcamos nuestra relación con Él y lo más importante, compartamos su amor con los demás.

Artículo publicado en Pastoral sj por Ignacio Cervera Izuzquiza (https://pastoralsj.org/)

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