16-07-2023. Domingo 14 del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 1-9)

Comentario:   La parábola del Sembrador

Mensaje de optimismo y Esperanza porque el Reino de Dios avanza solo, es imparable, lo que hace falta es que no le estorbemos ni le pongamos trabas.

Queridos hermanos y amigos en el Señor:

Comenzamos hoy la lectura del capítulo 13: el tercer gran discurso de Jesús en el evangelio de San Mateo sobre las PARÁBOLAS DEL REINO. En él hay 7 parábolas que seguiremos durante 3 domingos. Las parábolas son un recurso literario muy sugerente y típico de la predicación de Jesús, con imágenes populares tomadas de la vida cotidiana; en el evangelio, fundamentalmente del campo; en San Pablo, de la ciudad, el templo, el estadio, el puerto.

El objetivo de las parábolas es ayudarnos a entender la realidad del Reino de Dios, ese obrar silencioso y eficaz de Dios en medio de nosotros.

  1. LA PALABRA DE DIOS ES EFICAZ Y FECUNDA

En la primera lectura, el profeta Isaías compara la eficacia de la Palabra de Dios con “la lluvia y la nieve del cielo que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come”. El salmo sigue la misma comparación con imágenes poéticas de la vida del campo: Dios cuida la tierra y hace que produzca fruto.

La palabra de Dios es como la semilla que siembra el labrador. Una palabra que siempre es fecunda y eficaz, a pesar de las dificultades: el borde del camino, las piedras, los abrojos, y “el resto” que cayó en tierra buena y dio grano…

Cada uno debemos preguntarnos si somos parte de esta tierra buena en la que la Palabra de Dios pueda ser fecunda. Es necesaria nuestra colaboración: tenemos que acoger la palabra, que Dios siempre siembra en nosotros, con un corazón abierto y bien dispuesto. Debemos preguntarnos qué parte de semilla cae a la “orilla” de nuestra vida: nuestros intereses, nuestras preocupaciones; qué parte cae entre las “piedras” de nuestra vida: las prisas, la falta de silencio, de oración, de práctica de los sacramentos, que me impide la intimidad con Jesús; qué parte de semilla cae entre “zarzas o abrojos”: preocupaciones, estrés, trabajo, problemas, que ahogan el crecimiento de la buena semilla.

Pero también, y más importante, debemos preguntarnos por la parte de semilla que ha caído en buena tierra y ha dado su fruto.

Ahora, en estos días, están los labradores cosechando mucho o poco, pero están recogiendo el fruto de las semillas que han caído en tierra buena: unas espigas que están dando el 90, otras el 80, otras el 30%. Lo que está claro es que no se alegran por las semillas que se han perdido, sino por las que han dado fruto.

Hoy también os invito a mirar en nuestra vida las actitudes positivas y buenas, todo lo bello y bueno que Dios ha puesto en nosotros y que da frutos de amabilidad, entrega, alegría, gozo, esperanza, paciencia, fortaleza, ilusión, paz, felicidad.

Con frecuencia los cristianos solo nos fijamos en las semillas que no dan fruto y que no pueden darlo por las distintas circunstancias de la vida. Ejemplo: querer que en secano se dé remolacha o maíz porque es más difícil que producir cereales. Esta actitud produce en nosotros frustración, desilusión y desesperanza; en vez de fijarnos en las actitudes que sí dan fruto, para que den precisamente más fruto.

Las plantas, las semillas cuanto más se las mima y cuida, más crecen; cuando se les pone música, se habla con ellas, se las riega, se las contempla, más crecen y más fruto dan . Lo mismo ocurre con nuestras virtudes, cualidades y dones naturales. Cuanto más nos conocemos, más reconocemos nuestras cualidades y dones, y más se multiplican.

Cuando no soy capaz de poner nombre a los dones, cualidades y virtudes que Dios me ha dado, por una falsa humildad, difícilmente se desarrollan. Santa Teresa decía que “la humildad es reconocer la verdad”. Y, sin embargo, con mayor facilidad ponemos nombre a los defectos, fallos y vicios que tenemos, que a las cualidades que Dios nos ha regalado.

Esto mismo debemos hacer con las semillas que Dios ha puesto en el corazón de los demás, especialmente de nuestro esposo o esposa, hijos, hermanos de comunidad. Primero, debemos reconocer las semillas, dones y cualidades de los demás y dar gracias por el fruto que producen; segundo, ayudar a que, esas semillas, dones y cualidades crezcan y den más fruto; y, tercero, no fijarnos en las semillas o defectos que no han dado fruto.

Siempre debemos evitar el fijarnos en las semillas que no dan fruto para poner la atención y potenciar las que si dan fruto en nosotros y en los demás. Debemos fijarnos más en lo que nos une que en lo que nos separa.

  • CONFIANZA EN EL AVANCE DEL REINO

En nuestras manos está el mimar, cuidar y alimentar nuestras cualidades o nuestros defectos y fallos.

Los cristianos no podemos ser pesimistas, a nosotros nos toca solo plantar y regar, pero es Dios quien da el crecimiento, y Él tiene más interés que nosotros en que su reino avance, aunque respeta nuestro ritmo; al revés que nosotros, quienes, con frecuencia, sentimos la tentación de tirar de la planta hacia arriba y la arrancamos.

La parábola del sembrador es una invitación a la confianza en ese Reino de Dios que, a pesar de todos los obstáculos, va avanzando. Aunque a veces parezca que no avanza nada y todo son fracasos, como en la educación, el fruto solo se ve al final, cuando los alumnos se han marchado del colegio y se desenvuelven en la vida.

Este mensaje optimista y esperanzado es muy necesario en la Iglesia de hoy. Experimentamos las dificultades de la predicación del Reino. ¡Cuántos esfuerzos en la predicación! ¡Cuánto trabajo pastoral! Y constatamos que muchas semillas caen al borde del camino, o en terreno pedregoso o entre zarzas que ahogan la buena semilla del evangelio: las distracciones, la superficialidad, la inconstancia, el afán de riquezas o el placer, las preocupaciones y el estrés que nos agobia. A pesar de todo, siempre hay una parte de semilla que cae en buena tierra y da fruto. Solo por esos pocos, el trabajo ya ha merecido la pena. Tenemos, pues, que confiar en la acción de la palabra de Dios. Nosotros solo somos sembradores, es Dios quien riega y hace germinar la semilla. No sabemos cuánto, ni cuándo, ni cómo. El resultado final se nos escapa de las manos, pero el Reino de Dios avanza.

Hoy me pregunto:

  1. ¿Conozco el terreno en el que Jesús echa la semilla del evangelio? ¿Mi carácter, temperamento, cualidades?
  2. ¿Qué semilla, cualidad, da más fruto en mi vida? ¿La potencio? ¿Acepto lo bueno y bello que Dios me ha dado y lo pongo al servicio de los demás o envidio otras cualidades y a otras personas?
  3. ¿Se reconocer lo bueno y bonito de otras personas? ¿Lo comparto con ellas?
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