21-05-2023. Solemnidad de la Ascensión del Señor – Ciclo A (Mateo 28, 16-20)

Comentario:

Queridos hermanos y amigos en el Señor:

Notas previas:

En la Biblia, la palabra “cielo” no designa propiamente un lugar: es un símbolo para expresar la grandeza de Dios. San Pablo dice: «subió a los cielos para llenarlo todo con su presencia» (Ef 4,10); es decir, alcanzó una dimensión infinita que le permitía llenarlo todo con su presencia. El cielo o el infierno no son un lugar sino un estado del alma, de felicidad absoluta o de vacío o sin sentido absoluto.

La Resurrección, la Ascensión y la venida del Espíritu Santo son tres dimensiones de la misma realidad que no se pueden separar.

  1. “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos”

La Ascensión no supone una partida que da lugar a una despedida; la Ascensión tiene que ver con la Resurrección que da lugar a una presencia distinta. Jesús no se va, deja de ser visible.

En la Ascensión Cristo no nos dejó huérfanos, sino que se instaló definitivamente entre nosotros con otras formas de presencia. «Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos». Así lo había prometido y así lo cumplió. Por la Ascensión, Cristo no se fue a otro lugar, sino que entró en la plenitud de su Padre, como Dios y como hombre; y precisamente por eso, se puso, más que nunca, en relación con cada uno de nosotros. Al final nos entregó su Espíritu. Sin su muerte no hubiera sido posible.

¡Ojo! Es muy importante entender qué queremos decir cuando afirmamos que Jesús se fue al cielo o que está sentado a la derecha de Dios Padre.

1.1. La Ascensión produce una nueva presencia de Jesús en el mundo

La única manera de convertir la Ascensión en una fiesta es comprender a fondo la diferencia radical que existe entre una partida y una nueva presencia. Un ejemplo: como una disolución (el azúcar en el agua), una partida da lugar a una ausencia. Una disolución da lugar a una nueva presencia, como el azúcar que se disuelve en el agua. No lo vemos, pero el sabor ahí está. La Ascensión inaugura una presencia oculta. Por la Ascensión, Cristo se hizo invisible: entra en la participación de la omnipotencia del Padre, fue plenamente glorificado, exaltado, espiritualizado en su humanidad. Y debido a esto, se halla más que nunca en relación con cada uno de nosotros.

Si la Ascensión fuera la partida de Cristo, deberíamos entristecernos y echarlo de menos; pero, afortunadamente, no es así. Cristo permanece con nosotros siempre, “hasta la consumación del mundo».

Jesús se ha quedado con nosotros:

  • en la Iglesia, sacramento de salvación para los hombres;
  • en su Palabra, la Biblia. Hace 10 años el Vaticano publicó una encuesta, en la que los españoles quedamos los últimos (de 9 países), para el Sínodo de obispos sobre la “Palabra de Dios”. Por detrás de EE UU., Alemania, Inglaterra, Francia, Polonia, etc. En todas las casas, hay una Biblia que no se lee y una guitarra española que no se toca. Solo el 6% lee con frecuencia la Biblia a diario;
  • en los sacramentos;
  • en las personas, especialmente los pobres;
  • en los acontecimientos de la historia;
  • en la naturaleza, etc.

Incluso en la situación de pandemia también está Jesús sufriendo con nosotros el dolor, la tristeza y la soledad. Él camina con nosotros y va por delante de todas las circunstancias y situaciones de la vida. “Fue probado en todo igual a nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4,15).

  • “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?” (1ª lectura)

El evangelista San Lucas narra en el capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles la Ascensión de Jesús desde el monte de los Olivos.

Los discípulos, después de tanto tiempo, todavía piensan y esperan un Reino político, un Mesías liberador de Israel, que les fuera a dar algún cargo, prebenda o beneficio. Después de 40 días en los que Jesús se les ha aparecido resucitado, todavía no lo han asimilado.

Cuando recibáis la fuerza del Espíritu, seréis mis testigos en todos los lugares del mundo. Es el Espíritu que nos entrega Jesús desde la Cruz.

Ese espíritu es la mejor herencia que nos ha dejado Jesús a los cristianos; es el Espíritu de la verdad que nos lo recuerda todo, nos da fortaleza, ánimo, alegría, ciencia, consejo…

  • “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?»

Galilea significa el lugar del trabajo. Significa volver a los lugares de origen, al trabajo, al lago, a la ciudad, a la familia; siendo sus testigos aquí y allá. Está bien que la memoria de Jesús no sea nostalgia ni simple recuerdo, sentimiento intimista inoperante, intrascendente.

La Ascensión es una invitación al realismo cristiano y no una evasión a un falso cielo deseado. Los ángeles invitan a mirar a la tierra y a preparar su vuelta aquí entre los hombres. La fe sería una alienación si uno se despreocupa del mundo, y está condenada por los mismos ángeles: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse». Teilhard de Chardin: «La fe en Jesucristo, en el futuro, se podrá conservar o defender solo a través de la fe en el mundo».

Nos ha resultado más cómodo ubicar a Cristo, el Hijo de Dios, a la derecha del Padre en el cielo, que hacer sitio al Hijo del hombre en nuestro mundo y por encima de nuestros intereses. Creer en Dios no es muy difícil, sobre todo si lo situamos en el cielo, sin que se meta con nosotros. Lo difícil -y eso es el cristianismo- es aceptar que Dios se ha hecho hombre, que es hombre, que vive y está con nosotros, precisamente en el prójimo. Eso es difícil de creer, porque eso nos compromete y nos complica la vida, cuestionando nuestra seguridad, nuestro bienestar, nuestro progreso frente al riesgo, al malestar, al subdesarrollo de tantos millones de Cristos vivientes a los que ignoramos, olvidamos y, a veces, rechazamos.

Cristo, desde su Ascensión a los cielos, no tiene más manos para trabajar que nuestras manos, ni más pies para ir en busca del necesitado que nuestros pies, ni más boca para denunciar la injusticia y proclamar su palabra que la nuestra, ni más corazón para amar que el nuestro.

  • “Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”

Y se volvieron a Jerusalén con alegría.

Ésta será la fuerza de Dios en nuestra debilidad. Uno se sorprende al ver la serenidad, la ciencia y fortaleza de aquellos primeros discípulos, pescadores temerosos y desalentados. ¡Cómo cambió su suerte!

Ésta ha de ser también nuestra fortaleza y nuestro consuelo.

Este es el Espíritu que Jesús nos entregó desde la Cruz.

Ésta es la era de la Iglesia.

Este es nuestro momento de vivir como cristianos, sin miedo, sin complejos, con el gozo y la alegría de sentirnos llenos de su presencia en nuestro trabajo, familia, ciudad, parroquia, cofradía, asociación, etc. Amén.

Hoy me pregunto:

  1. ¿Cómo vivo y siento la presencia de Jesús en mi vida?
  2. ¿Qué espero, busco, en el encuentro con Jesús?
  3. ¿Dónde le descubro en mi entorno? ¿Me siento llamado a extender su reino por el mundo?
  4. ¿Cómo le anuncio y soy su testigo en el mundo de su presencia?
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