6-04-2023. Jueves Santo ciclo A. Juan 13, 1‑15
Comentario: «haced esto en memoria mía»
Queridos hermanos y amigos en el Señor:
En este día celebramos el “mandamiento nuevo” y la institución de dos sacramentos:
1. «Os doy un mandato nuevo: Que os améis los unos a los otros como yo os he amado»
2. La institución de la Eucaristía.
3. La institución del sacerdocio.
PRIMERA LECTURA: Ex 12,1-8.11-14.
La primera lectura nos transmite las prescripciones que el pueblo de Israel debía cumplir para la celebración de la Pascua, es decir, la conmemoración de la liberación de la esclavitud de Egipto.
Esta experiencia de sentirse salvado por Dios debe ser conmemorada y revivida, vuelta a vivir por cada uno de nosotros de generación en generación.
La pascua israelita y su celebración anual son figura y preparación de la Nueva Pascua en la que tuvo lugar la Salvación definitiva del pecado, realizada por la Sangre del Cordero que es JESUCRISTO.
Los cristianos celebramos en la Eucaristía la actualización de esta salvación definitiva del pecado cuya consecuencia es la muerte.
SEGUNDA LECTURA: Cor 11,23-26.
San Pablo nos relata la institución de la eucaristía, la última cena. Esto nos está indicando que Jesús celebró muchos banquetes, comidas y cenas anteriores a esta «última Cena» como expresión de la llegada del Reino.
El Reino de Dios ya está entre nosotros, aunque todavía no haya llegado a su plenitud. Esta presencia de Dios en medio de su pueblo, en medio de nosotros, la actualizamos cada vez que celebramos la eucaristía.
Las primeras Comunidades Cristianas comienzan a reunirse para la «enseñanza de los apóstoles, las oraciones y la fracción del pan” (Hch 2,42). La fracción del pan significa partir y repartir el pan de la Eucaristía, es decir, su «Cuerpo entregado y su Sangre derramada» por todos nosotros. Celebrar la «fracción del pan» nos ha de fortalecer y llevar a partir y repartir nuestro pan con los más necesitados. Todo lo que somos y tenemos: cualidades, dones, habilidades, etc.
EVANGELIO: Jn 13,1-15.
El relato del lavatorio de los pies abre la segunda parte del evangelio de Juan, introduciendo los grandes bloques de que consta «El libro de la gloria»: los discursos de despedida (Jn 13,31-17,26) y la pasión y muerte de Jesús (Jn 18-20).
El pasaje tiene aire de testamento y de despedida.
Jesús es consciente de que había llegado «la hora» de pasar de este mundo al Padre. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo«.
El testamento comienza dando ejemplo, con un gesto de entrega de Jesús, de servicio, de amor. No solo con palabras; tampoco hay demagogia, promesas, ni acusaciones.
El lavatorio de los pies es un acto, en apariencia sencillo, que está lleno de simbolismo. El peligro de esta celebración es que nos quedemos mirando el dedo y no veamos la luna; es decir, que nos quedemos en la estética de la celebración y del lavatorio y no traspasemos su significado.
Cuando recibimos un regalo no nos quedamos solo en el objeto del regalo, sino en lo que significa, y cada vez que lo vemos nos remite a otra realidad: a una persona, acontecimiento o experiencia. Si un amigo te regala algo, ya te ha regalado antes el amor. El cariño que se pone en los regalos vale más que todos los regalos.
Jesús pidió a su Iglesia que repitiera lo que Él había hecho aquella tarde de jueves Santo, que repitiera sus palabras y sus gestos en torno al pan y a la copa, que lo repitieran como memorial, para no olvidar nunca y para actualizarlo siempre. Sus discípulos recogieron con veneración esta palabra, -deseo y mandato de Jesús-, como su última voluntad: «HACED ESTO EN MEMORIA MÍA».
La manera de cumplir esta voluntad de Cristo puede ser de distinta intensidad. Según modos, podemos distinguir tres grados:
1. Cumplimiento literal. Repetir fielmente sus palabras y los ritos. Repetir la fórmula de la consagración y la materialidad del pan y el vino, es decir, defender que el pan tiene que ser de una clase y el vino de tal calidad, incluso reñimos si otras iglesias tienen distintas tradiciones; discutir si debemos tomar el pan en la boca o en la mano, de pie o de rodillas… Convertimos la celebración en un rito casi mágico. Lo que importa es hacer presente a Cristo por la palabra.
2. Cumplimiento devocional. Procuramos no solo repetir las palabras y los gestos materiales, sino adentrarnos en el ambiente de la Cena y en los sentimientos. Cuidamos la acogida, la palabra, el canto, las ofrendas, el vestido. Cuidamos las emociones y los sentimientos. Queremos que todo quede bien, que salga todo bien, casi como en el teatro.
En este caso el «Haced esto», no es solo repetir unas palabras sobre un pan y un cáliz, sino repetir sentimientos de Jesús que se queda con nosotros, suscitar nuestro agradecimiento y propiciar una comunión devota.
3. Cumplimiento espiritual. En espíritu y en verdad. Se desea renovar, no solo la presencia de Cristo, sino sus actitudes más íntimas de amor y de entrega, actitudes que nosotros queremos asumir y vivenciar.
El «Haced esto» no es solo repetir palabras y signos, es repetir actitudes y compromisos. «Esto» es algo más que una fórmula, es un pan que se parte, un hacerse pan y vino, un dejarse comer y beber, un dejarse partir para los demás. «Esto» es disponibilidad y servicio, disponibilidad para ayudar, para echar una mano o arrimar el hombro, para lavar los pies o lo que sea. El lavatorio de los pies es el preámbulo de la cruz de Jesús, de su entrega definitiva que nos expresa su amor hasta el extremo, hasta entregar su vida por mí. Es el signo, la expresión de su vida y su muerte. Por ello este signo o gesto del lavatorio nos debe llevar a revivir, a experimentar el amor que nos tiene, que nos ha manifestado y nos sigue manifestando continuamente, por medio de muchos colaboradores y voluntarios. Y, desde esa experiencia, cada uno debemos ser expresión, vehículos del amor y de la misericordia de Dios para los hombres, teniendo las mismas actitudes que tuvo Cristo. Cada vez que servimos y ayudamos a los demás estamos lavándole los pies a Cristo.
Dios nos ama hasta el extremo y nos manda que nos amemos los unos a los otros, pero no de cualquier forma, sino, según el ejemplo que Él nos ha dado. Nos invita a pasar de “amar al prójimo como a ti mismo” a “amaos los unos a los otros como yo os he amado” hasta el extremo, hasta dar la vida por vosotros.
Hoy también es el día de la institución del sacerdocio. Os invito a orar y a pedir por y con los sacerdotes para que imitemos a Jesús en sus palabras, pero, sobre todo, en sus obras; para que seamos coherentes, para que quien nos mire le vea a Él. Pidamos para que seamos conscientes del bien que suponen para las comunidades cristianas los sacerdotes que presiden las celebraciones, nos reparten el Cuerpo de Cristo, nos acompañan en nuestro caminar, desde que nacemos hasta que morimos. Os invito a dar gracias a Dios por los sacerdotes que conocéis y a pedir también por ellos, con nombre y apellido.
Hoy me pregunto:
- El pueblo de Israel celebraba la liberación de la esclavitud, ¿Cómo siento, yo, la liberación del Señor en mi vida, el perdón de mis pecados y la salvación de la muerte? ¿Cómo experimento yo, el amor de Dios en mi vida?
- ¿Cómo cumplo el mandato de su testamento: amaos los unos a los otros?
- ¿Revivo y renuevo en la Eucaristía la presencia de Dios con nosotros, la llegada del Reino de Dios, su experiencia de amor y su mandato de amar a los demás?
- ¿Cómo es mi pan (bregado, hueco, barra, integral…)? ¿Qué hago con él: lo parto y reparto o lo guardo?