
26-03-2023. Domingo 5º de Cuaresma – Ciclo A (Juan 11, 1 – 44)
Comentario:
Queridos hermanos y amigos en el Señor:
1. LA AMISTAD DE JESÚS
En Jesús se manifiesta el amor de Dios a la humanidad. La amistad es uno de los matices de este amor. La amistad es un amor entre iguales, correspondido. Para hacerse igual a nosotros, Dios tuvo que emprender un largo camino de acercamiento y despojo. Es el misterio de la Encarnación.
Cuando Dios bajaba y se acercaba a la tienda de Abraham, su amigo -y dialogaba con él y se dejaba invitar-, tenía que vestirse de ángel para igualarse. Era figura y parábola de lo que se realizaría en Jesús. Él no tomó figura de ángel ni ropaje humano, como afirmaban los docetas, sino que se hizo hombre, en toda su dramática verdad. Puesto así a nuestra altura, pudo entender y compartir todos los sentimientos humanos, pudo alegrarse con nosotros y llorar con nosotros, pudo sentir la ternura y la crispación, la caricia y el desaire, pudo conocer el amor y la traición.
Jesús tuvo amigos, como fueron los discípulos —a vosotros os llamo amigos—, Nicodemo, el personaje anónimo que le prestó el Cenáculo o la familia de Lázaro. En casa de estos se encontraba bien. Se prueba que, en el corazón del amigo, es donde mejor se descansa, mejor que en los sillones.
Los lazos de la amistad son dulces y entrañables, son fuertes y seguros. Por eso la muerte de un amigo produce un vacío y un dolor inexplicables. Recordemos la elegía de David cuando murió Jonatán. O las palabras de Agustín: «Era para mí aquella amistad dulcísima, y sazonada con el fervor de nuestros iguales cuidados y estudios (…). Sentí tanto su pérdida que se llenó mi corazón de tinieblas, y en todo cuanto miraba no veía otra cosa sino la muerte (…). Solo el llanto me era más dulce y gustoso (…) Y así me acongojaba, suspiraba, lloraba, andaba turbado (…). Llevaba el alma rota y ensangrentada, inquieto por aquietarla, y sin hallar lugar de reposo».
Hasta las lágrimas
Jesús, ante la tumba de Lázaro, se conmovió y lloró. Son lágrimas preciosas, lágrimas humanas y divinas, lágrimas salvadoras. Las lágrimas por un amigo o un ser querido son más elocuentes que las palabras, son la mejor ofrenda y oración. ¡Ojalá pudiéramos enjugar todas las lágrimas! Aunque a veces la mejor respuesta será llorar con el que llora. Recordemos a las mujeres que lloraban cuando vieron a Jesús con la cruz a cuestas; aquellas lágrimas piadosas ablandaban el mundo.
Si Jesús lloró, las lágrimas quedan redimidas, nos hacen más humanos y divinos. Y si Jesús lloró, quiere decir que no quiso salvarnos de manera triunfalista, sino desde lo más profundo de la realidad humana.
2. LAS MUERTES
En las catequesis de estos domingos hemos contemplado cómo Jesús aporta terapias eficaces a las grandes heridas humanas, como la sed y la ceguera. Hoy nos enfrentamos a la herida más triste y negra, la muerte. ¿Nos puede Jesús salvar también de este fatídico destino?
Hay muchas clases de muertes, antes de llegar a la definitiva.
* La tristeza, que puede llegar a la depresión y al deseo de no vivir. La vida ya no es bella. La vida ya no es un don, sino un castigo; no es un placer, sino una carga. La vida ya no es vivir, sino sobrevivir. Hoy, dicen, esta muerte es una de las más frecuentes.
• La desesperanza se da la mano con la tristeza y mutuamente se alimentan. La desilusión y el desencanto abren una brecha en el alma, por donde se cuelan los más tristes sentimientos. La vida pierde color, todo se vuelve gris y aburrido, y si no muere, la persona languidece; abandona el ánimo y las fuerzas. Y si pierdes del todo la esperanza, no hace falta que te mueras, porque ya estás muerto.
• El vacío está íntimamente relacionado con la desesperanza. Si quieres entender bien lo que esta muerte significa, haz una lectura reposada del Eclesiastés. “Vaciedad de vaciedades y toda vaciedad”. Es “la insoportable levedad del ser”. Es el sinsentido de la existencia. Aquí estamos sin saber por qué ni para qué. Es un vivir sin alma, un vivir sin vivir. Es la muerte de la luz.
• El consumismo. Se trata de un vacío lleno de cosas, pero sigues sin alma. Mala solución, porque las cosas no te llenan, sino que te drogan y te esclavizan; es decir, un vacío ciego y esclavizante. Estás muerto a la verdadera vida, y no te das cuenta. Encerrado en tus materialidades y sensualidades, no sabes por dónde soplan los vientos de la libertad y de la dicha.
• El agnosticismo. Si te cierras a Dios y a la transcendencia, pierdes el sol de la vida. Vivirás, pero en la noche; vivirás, pero con frío; vivirás, pero vacío. Es una vida errante, sin rumbo, como si la tierra se desprendiera de su sol, y girará y girará…, sin sentido, como dijo Nietzsche.
• El desamor. Ya lo sabemos: el que no ama está muerto, porque la vida consiste en amar. Si te cierras en ti mismo, te vacías hasta la asfixia, la angustia y la muerte. Jesús lo dijo, el que guarda su vida la pierde, el que pierde su vida la gana. El que vive para sí, muere; el que vive para el otro está vivo. Solo el que pierde su vida, vive.
Tantas y tantas muertes, las biológicas, las psicológicas, las espirituales. Tantos y tantos sepulcros. Si se abrieran todos, ¿qué perfume podría contrarrestar el olor putrefacto?
3. YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA
El mensaje central de este domingo, el verdadero evangelio o buena noticia es esta palabra de Jesús, el Yo soy. Importan, naturalmente, las muertes y las lágrimas; importa mucho más la resurrección de Lázaro, aunque limitada y temporal; pero importa, sobre todo, el anuncio de Jesús: Yo soy, yo soy el que crea y sostiene todo, yo soy el que da sentido a la existencia, yo soy el contrapunto del vacío y de la nada, yo soy la meta hacia la que todo camina y confluye.
Sí. Yo soy la Luz, yo soy la Vida, yo tengo las llaves de la muerte y del infierno. Por eso a mí no se me muere nadie, y menos un amigo. Yo puedo abrir vuestros sepulcros. Yo puedo rescataros de la muerte, de todas las muertes, porque yo las he vencido.
Yo soy el agua viva: quien la bebe ya no volverá a tener sed, y vivirá. El agua se convertirá en un manantial de vida dentro de él, agua de eternidad.
Yo soy el pan vivo, quien lo come no sabrá lo que es morir. Cada bocado es una medicina contra la muerte, una semilla de inmortalidad.
Yo soy la resurrección y la vida, quien cree en mí, aunque muera, vivirá. Yo estaré en él y él estará en mí. Y la vida será bendición y dicha creciente; el amor, desbordado.
Resurrección de Marta
Marta también se moría, porque la muerte del hermano produjo en ella una herida mortal. Ella creía en Jesús, pero dudaba. ¿Cómo voy a creer, si ha muerto mi hermano? Estaba en una situación semejante a la de los discípulos cuando murió Jesús. ¿Cómo podemos creer, si nuestro Mesías ha sido derrotado y torturado hasta la muerte? Si al final todo termina en la muerte, ¿para qué nos sirve el Mesías?
Pero Marta creyó: Sí Señor, yo creo que tú eres el Mesías, y se llenó de luz y de esperanza. He aquí a Marta, verdadera discípula de Jesús. No solo sabía servir, también sabía charlar y guardar laPalabra. Y supo dar testimonio de la presencia del Maestro, porque fue enseguida a comunicárselo a su hermana y a contagiarla de su fe renovada.
Resurrección de Lázaro
Esta resurrección era un signo y una profecía. Era una prueba de las palabras que Jesús acababa de pronunciar. Jesús es la Resurrección, pero una resurrección contagiosa y una resurrección definitiva. En Pascua celebramos la resurrección de Jesucristo, pero no solo la suya, también la nuestra. Cristo es la Resurrección y contagia a todos de vida resucitada. Cristo resucitó a Lázaro, pero Lázaro no tardaría en volver a morir. La resurrección que el Señor promete es otra cosa, no morirá para siempre.
Este signo de resurrección no se cierra en sí, sino que abre un horizonte nuevo, hay otra realidad que va más allá de la muerte y Cristo tiene el poder y la gracia de llegar a ella. Quiere decir que lo último no son las lágrimas, aunque éstas sean divinas, lo último es “el sal, fuera vive, entra en el gozo de tu Señor”, entra en el océano del corazón de Dios.
La resurrección empieza ya. Cristo nos hace ya partícipes de su vida resucitada. Sufrimos muchas clases de muerte. De todas nos puede sacar el Señor. Por eso le pedimos: resucítame, Señor. Líbrame de mi debilidad, de mis dudas, de mis orgullos, de mis egoísmos, de mis tristezas, de mis ruindades, de mis codicias, de todo lo que hay de muerte en mí
Hoy me pregunto:
- ¿Cuáles son mis zonas de muerte?
- ¿De qué me tiene que resucitar el Señor?
- ¿Creo en Jesús que es la Resurrección y la Vida?