19-03-2023. Domingo 4º de Cuaresma – Ciclo A (Juan 9, 1 – 41)

Comentario:

Queridos hermanos y amigos en el Señor:

1.  DAR VISTA A LOS CIEGOS

El ministerio de Jesús, Ungido del Espíritu, incluía acciones liberadoras y curativas, como dar vista a los ciegos. Así lo recogen los sinópticos. Juan utiliza también símbolos y signos teológicos, poéticos, existenciales; así, presenta a Jesús como el agua viva, el pan vivo, el vino bueno, la luz del mundo o el Ca­mino, la Verdad y la Vida.

Hoy recogemos la curación del ciego de nacimiento. Es un signo para pro­bar que Cristo es la luz del mundo. Una catequesis bellísima también, como la del domingo pasado.

«Y la vida era la luz de los hombres y la luz brilla en las tinieblas» (Jn 1,4-5). Vino Jesús como luz, pero no para deslumbrar, sino para dar vida. El ministe­rio de Jesús no fue exhibicionista, sino misericordioso y liberador. Se compa­dece Jesús de las miserias humanas. Se compadece de los leprosos, de los pa­ralíticos, de los sordos, de los mudos, de los ciegos. Pero entiende estas mise­rias no sólo en sus niveles corporales, sino en sus niveles psicológicos y espiri­tuales. Hay muchos tipos de parálisis, de sorderas, de cegueras. Jesús quiere curar al ser humano en su radicalidad.

En nuestro relato encontramos varias clases de cegueras.

Ceguera natural. Un pobre ciego de nacimiento. Es una gran pena «ser ciego en Granada», decía el poeta, y ser ciego en Jerusalén, y ser ciego en cualquier punto de este nuestro maravilloso universo. ¿Cómo explicar a un ciego de nacimiento los colores, las flores, los amaneceres, las puestas de sol, el firmamento estrellado, los monumentos y las obras de arte? ¿Cómo pintarle la elegancia de una gacela o el plumaje de un pavo real? ¿Cómo des­cribirle la alegría de unos ojos o la sonrisa de un niño o la finura de un artista o la belleza de una novia? Es, sin duda, una gran pena, una pena gris y oscura. Quizá le quede el consuelo de los sueños y la fantasía. La verdad es que no sa­bemos apreciar el don de la vista y de la luz. Es también una pena que nos acostumbremos a tantas bellezas y no vivamos constantemente en actitud ad­mirativa y contemplativa.

Ceguera sociológica. Se refiere a las tinieblas del mundo, a las leyes ciegas que se imponen en nuestras sociedades. No vemos más allá de lo que nos ofrecen la publicidad y los medios de comunicación. Valoramos lo bueno y lo malo según los dictados de la mayoría o de los poderosos. Nos fijamos más en las apariencias que en la esencia, más en la fachada que en el interior. Prevalece el personaje sobre la persona. Nos dejamos seducir por la cultura de la imagen. Vivimos de poses, postizos y maquillajes. El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón.

Juzgamos a las personas más por su físico que por su interior. Menospreciamos a las personas sencillas o distintas o discapacitadas. No somos capaces de ver la dignidad de la persona por sí misma.

Es lo que le sucedía al ciego de nacimiento. Lo despreciaban no sólo por ciego, sino por pecador; era, sin duda, fruto de un pecado. ¿Quién pecó, este o sus padres? (…) Empecatado naciste tú de pies a cabeza. Podían más los prejuicios sociales, culturales y religiosos que la verdad. ¡Qué ceguera y qué injusticia!

Ceguera psicológico-espiritual. Una ceguera difícil de reconocer. Se da cuando vivimos en la mentira, cuando nos ciega el orgullo, cuando no somos capaces de vernos como somos. Esta falta de luz interior tam­bién la proyectamos sobre los demás, con los que nos comparamos, ju­gando con ventaja, y rivalizamos. ¡Dichosos comparativos que tanto nos desequilibran! De esta ceguera nacen las envidias y las mezquin­dades, los menosprecios y los rechazos. Nos creemos superiores. Es la típi­ca ceguera farisaica. «Gracias porque soy muy bueno, porque soy mejor que ese».

En nuestro relato aparece claramente esta ceguera. “Nosotros somos discí­pulos de Moisés (…) ¿Y nosvas a dar lecciones a nosotros?” (Jn 9,28.34)

Jesús desenmascaró y tipificó brillantemente estas actitudes farisaicas. Pero el fariseísmo aún pervive entre nosotros. Y ¡malo si no lo reconocemos! Segui­mos viendo la paja en el ojo ajeno y no vemos la viga en el nuestro. O porque tenemos una mayor formación teológica, menospreciamos a la gente sencilla y la religiosidad popular.

Si no actuamos como pensamos, terminamos pensando como actuamos. Esto nos ciega y resta objetividad a nuestro pensamiento y a nuestro obrar, haciéndonos caer en un relativismo moral.

Ceguera teológica. Ciegos los ojos del alma. Ciegos por no descubrir la huella de Dios. Ciegos por no reconocer la imagen de Dios en los hermanos. Ciegos por no saber leer los signos de los tiempos y los signos mesiánicos. Cie­gos por no reconocer al Mesías. Ciegos por no creer en Dios.

Para llegar a ver a Dios, no se necesitan muchos estudios teológicos, se ne­cesita tener limpios los ojos del corazón. Es una bienaventuranza.

El ciego de nacimiento tenía los ojos del corazón más limpios que los fariseos. Por eso pudo descubrir al Mesías en aquel hombre que le había curado. Su razonamiento fue clarividente: Dios escucha a los pecadores. En cambio, los fariseos se empeñaban en oscurecer todo el signo de la curación porque se había realizado en sábado. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador. Este hombre no viene de Dios porque no guarda el sábado. No les importaba la gracia concedida, les importaba el cumplimiento de la ley.

2.    OTRA MIRADA

Necesitamos más luz. Aquel ciego se encontró con el sol y fue iluminado. No fue la casualidad o la suerte; fue la gracia, porque el sol buscaba a los cie­gos para llenarles de luz. En otra dimensión, fue lo que le pasó también a Saulo, el sol salió a su encuentro y le cambió los ojos. ¡Cómo necesitamos también nosotros un encuentro parecido!

Necesitamos más luz para limpiar nuestra mirada, para intensificarla y agrandarla. Porque si no, estamos ciegos. ¡Ay, nuestras miopías! Quizá tendríamos que aplicarnos lo que el ángel de la Iglesia escribía a la comunidad de Laodicea: «Dices: soy rico (…) Y no te das cuenta de que tú eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres (…) vestidos blancos (…) y colirio para que te des en los ojos y recobres la vista» (Ap 3,17-18).

Señor, dame esa maravillosa medicina para que yo vea, que apenas puedo ver. Soy efectivamente un orgulloso, digno de compasión. Compadécete de mí y cubre mi desnudez. Compadécete de mí y cura mi ceguera. Compadécete de mí y hazme vivir en mi verdad y en tu verdad.

Una mirada lúcida, que sepa descubrir el error y la mentira, la ofuscación y el engaño, la exageración y el desenfoque; que sepa descubrir el polvo y la mancha, la falta de color y de sazón, lo que es original y lo que es copiado. Hazme también transparente, que no trate de mentirme ni de ocultar lo que soy.

Una mirada penetrante, que no se fije sólo en apariencias, que sepa leer en­tre líneas, que pueda descubrir el porqué de tantos comportamientos, que sepa entender signos incoherentes y llegar incluso al subconsciente. La realidad no es muda y ciega, hay siempre algo más, es significativa.

Una mirada admirativa, que no se acostumbre al misterio, sensible y delica­da, pronta a la alabanza y al agradecimiento, que convierta cada suceso en mila­gro y cada encuentro en acontecimiento, incluso en las cosas sencillas y pequeñas.

Una mirada comprensiva, sin prejuicios y bloqueos, que se ponga en la piel del otro, con simpatía y empatía, que tenga en cuenta las circunstancias y el contexto, la educación recibida y la cultura que lo envuelve, las verdaderas motivaciones y los fines.

Una mirada compasiva, cargada de misericordia, que nos duela, como la de las madres —“todo se ve según el color del cristal con que se mira»—, no inquisitorial. Danos una mirada capaz de perdonar, transmitiendo ternura, confianza y esperanza, deseosa de restaurar, cercana y servidora, abierta siempre para volver a empezar. Dame una mirada de “madre y padre”.

Una mirada de fe. En ella se incluyen todas. Una mirada como la de nues­tro Señor Jesucristo. Una mirada para descubrir a Dios y su presencia, pues ha ido dejando huellas en todas las cosas; sobre todo que lo descubra en mí. Una mirada para ver, como el ciego, a Jesucristo. Lo vio primero como médi­co, después como profeta, al fin como Mesías y como Dios, y se postró ante él.

Sabemos que no siempre es fácil ver las distintas presencias de Jesucristo, porque también sabe ocultarse, pero va dejando pistas y señales.

3. SER LUZ

La curación del ciego de nacimiento tuvo un proceso significativo.

•  Jesús tomó la iniciativa. Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Otros vieron también al ciego, pero con mirada curiosa y conde­natoria. La mirada de Jesús fue compasiva y curativa.

•  Hizo barro con la saliva y se lo untó en los ojos al ciego. Quizá para que el ciego reconociera bien su ceguera y la necesidad de ser lavado. Pero ese barro no era sólo de tierra, tenía algo de Jesús, llevaba por ello una energía espiritual; era como su aliento, que transmitía el Espíritu Santo; su saliva era medicinal.

•  Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado). Se nos está diciendo claramente que no era el agua de la piscina la que curaba, sino el agua del Mesías. Era el agua que brotaría de su Costado, agua junto con el Espíritu. Era el agua del Bautismo.

•  Él fue, se lavó y volvió con vista. Se curó porque se lavó en el agua del Mesías, pero también porque el ciego obedeció, porque se dejó emba­rrar y se fue a lavar; es decir, porque creyó, porque fue dócil, porque tuvo fe. Es la fe lo que salva. Como le pasó a Naamán el leproso, cuando se bañó siete veces en el Jordán.

•  Creo, Señor. La fe que movió al ciego a ponerse desde el principio en las manos de Jesús, ahora le lleva a postrarse ante Jesús. Por el agua y la palabra, su fe se explicita y se confiesa.

Pero será además una fe testimonial y contagiosa. Defenderá a Jesús aun a costa de ser expulsado y anatematizado. Expulsado del pueblo de Dios, pero Dios se fue con él.

Dicho de otra manera, el ciego no sólo recibió la luz, sino que se convirtió en luz.

Hoy me pregunto:

  1. ¿Cuáles son mis cegueras naturales, sociológicas, psicológico-espirituales y teológicas?
  2. ¿Cómo es mi mirada? ¿Superficial o mira al corazón?
  3. ¿Cómo me dejo iluminar por Jesús?
  4. ¿Cómo soy luz para los demás?
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