19-02-2023. Domingo 7º del Tiempo Ordinario – Ciclo A (Mateo 5, 38 – 48)

Comentario:

Queridos hermanos y amigos en el Señor:

1. La manera de hablar de Jesús.

Siguiendo con el fragmento del domingo pasado, la lectura evangélica de este domingo presenta las dos últimas antítesis sobre la nueva Ley del Sermón de la Montaña en la versión de san Mateo.

Antes de entrar en su contenido, fijemos la atención en la manera que tiene Jesús de exponer la cuestión. «Habéis oído que se dijo […]. Yo, en cambio, os digo […]» (vv. 38.43-44). Este proceder de Jesús tiene una fuerza sorprendente. La fórmula posee un tono impersonal, «habéis oído que se dijo«, muy propio de la sintaxis hebrea, a fin de evitar pronunciar el prohibitivo nombre de Dios, gesto habitual de respeto y reverencia entre los judíos. Esta fórmula evoca la lectura solemne de la Ley en la sinagoga. Es esta Ley sagrada, la Torá, la Palabra de Dios, intangible y santificada por la gloria del Sinaí, a la que Jesús se refiere y opone sus afirmaciones. Por tanto, si se deja de lado el tabú judío, la frase del Maestro literalmente toma esta forma: «Dios dijo […]. Pues yo os digo […].

Nunca un profeta había hablado así. Los profetas tienen la función de transmitir o comentar el mensaje de Dios, introduciéndolo con la expresión «así dice el Señor«. Pero hablar como Jesús, o bien es propio de un loco, o bien del mismo Dios. Reconstruyendo y tomando nuevamente la fórmula anterior, «Dios os ha dicho […]. Pues yo os digo […], comprendemos que Jesús fuera acusado de blasfemo.

2. El amor y el perdón.

Veamos, pues, el contenido de las dos antítesis, construidas, según un doble movimiento, sobre el sentido del amor y del perdón.

El primer movimiento se refiere al perdón, y parte de la norma ética conocida como la Ley del Talión (vv. 38-42). Estamos acostumbrados a considerarla erróneamente como la ley de la venganza según nuestra sensibili­dad moderna; pero en realidad esta ley mosaica se encuentra en la base del derecho antiguo y moderno, y está regida por la justicia y por la retribución proporcional del derecho que ha sido vulnerado (cf. Ex 21, 23-35), limitando precisamente los excesos de venganza. Jesús, con todo, lleva siempre su discurso hacia un modelo de amor total que ha de sostener la vida de la Iglesia y, por tanto, la vida personal y social del cristiano. Nos invita con audacia a la perfección del amor. Nos dice que no debemos vengarnos de ninguna manera. Cuando devuelvo mal por mal entro en una espiral diabólica de violencia y des­trucción. En efecto, el mal que he recibido permanece realmente exterior a mí, pero cuando lo devuelvo, este mal se lleva una victoria suplementaria, ya que penetra en mi interior. Jesús quiere abrir una ruta alternativa para la humanidad: vencer al mal con el bien, responder al odio con amor.

Con frecuencia oímos decir: “yo perdono, pero no olvido”. Decir y practicar esto es no perdonar. Si no olvidamos, es que no hemos perdonado de verdad. Esa herida sigue sangrando y haciéndonos daño. Hasta que no olvidamos, podemos decir que no hemos perdonado, y los efectos nos siguen pasado factura.

El segundo movimiento (vv. 43-48), en clave más positiva que el anterior, es un canto de alabanza a Dios, ya que promueve el amor a los enemigos. Ésta es la gran propuesta de la ética cristiana, una propuesta que inclina, a quien la sigue, a la perfección misma de Dios. Del «seréis santos porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo«, que escuchábamos en la primera lectura, se llega al «sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» del evangelio. Este imperativo que el evangelio pone en labios de Jesús está ejemplificado mediante la oración por los que nos persiguen y el saludo dirigido a los ene­migos. El amor a los enemigos fluye de la paternidad universal de Dios, un amor que se ha de concretar, por nuestra parte, en la vida cotidiana y en las actitudes personales. Aquí radica la novedad del evangelio.

3. La lógica del amor de Dios.

Con todo, ¡atención! Todo esto no podremos vivirlo si nos quedamos en el plano meramente humano. Hacer lo que Jesús nos pide supera nuestras posi­bilidades. Si Jesús nos pide amar a nuestros enemigos, es porque Dios ha sido el primero en amarnos así. El Hijo de Dios ha sufrido y ha muerto por aquellos que le hacían sufrir y morir en la cruz. ¡El amor al enemigo solo puede venir de Dios! Es lo que Él nunca deja de hacer: «hace salir su sol sobre malos y buenos» (v. 45).

Es entonces cuando surge automáticamente la pregunta: ¿cómo amar a aquel que no me ama? La respuesta puede venir ayudada por una pregunta previa: ¿cómo te ha amado Dios a ti? Pues perdonándote sin condiciones. Este «impo­sible» amor al enemigo, Jesús se atreve a pedírnoslo porque Él lo ha vivido pri­mero: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

El amor, según Jesús, no puede quedar reducido únicamente a un nivel de reciprocidad -«si amáis a los que os aman» (v. 46)-, ni a los sentimientos, ni a los afectos. Sí, ¡hay que amar a los enemigos! No podemos esperar a mañana. En este preciso momento deja ya esta meditación, y haz lo que Jesús te pide: reza, nominalmente, por los que te sacan de quicio, por los que te hacen daño, por los que no amas o por los que no te aman. Así es como empezarás a adentrarte en la lógica del amor de Dios.

El amor de Dios tiene cinco notas características que algunos ejemplos del evangelio nos ayudarán a describir. Fijémonos:

  1. Se da a todos sin acepción de personas buenas o malas, justas o injustas. No hace diferencias, a este sí, a este no. Como los rayos del sol alumbran a todos o como la lluvia cae sobre todos.
  2. Gratuitamente, sin pedir nada a cambio. Como el árbol que da sombra o como la rosa que nos da su fragancia.
  3. Es libre. Ama a todos sin poner condiciones, sin obligar a nadie. Los rayos del sol están ahí para calentar a todos, pero si uno se quiere poner a la sombra, o no quiere oler el aroma de las flores, nadie se lo impide, él se lo pierde.
  4. La esencia de Dios es el amor. ¿Por qué ama Dios? Porque Dios es amor (1Jn 4,8). El que ama no lo razona o lo piensa, le sale de dentro del corazón. ¿Por qué canta el pájaro? Porque tiene un canto que expresar. El encanto de las rosas es que, siendo tan hermosas, no conocen que lo son.
  5. Siempre, no se deja llevar de la apetencia o inapetencia, a la mañana, a la tarde o a la noche… Siempre es tiempo de amar o hacer un favor.

Con Palabras de San Ignacio en la contemplación para alcanzar amor:

El amor se ha de poner más en las obras que en las palabras” [EE 230]. Nace de la experiencia de la petición de esta contemplación, del “conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociéndolo en todo podamos amar y servir a su divina majestad”. [EE 233]

Hoy me pregunto:

  1. ¿Cómo es mi amor? Qué notas predominan en mi manera de amar: ¿sin acepción de personas, gratuito, libre, siempre, porque es Amor?
  2. ¿Cómo es mi perdón? ¿Perdono y olvido, o solo perdono sin olvidar, u olvido sin perdonar?
  3. ¿Cómo es mi amor a los enemigos?
  4. ¿Cuál es la motivación que me hace amar y perdonar?
Etiquetas