20-11-2022. Domingo 34º Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 23, 35-43) – Jesucristo Rey del Universo

Comentario:

Queridos hermanos y amigos en el Señor:

Hemos asistido a lo largo de este año, acompañados del Evangelista San Lucas, al conocimiento de la Palabra de Jesús: meditando su vida, saboreando sus hechos y contemplando sus milagros. Pero ¿somos conscientes de a quién seguimos y por qué le seguimos? ¿Cómo reaccionamos antes las dificultades de la vida?

  1. Los títulos de Jesús

Jesús recibe varios títulos en el Nuevo Testamento.

Unos son fáciles de entender para nosotros, como «Maestro» o «Señor».

Otros necesitan una explicación previa, como el de «Mesías», que es lo mismo que «Ungido» o «Cristo».

Otros son confesiones de fe, como que Jesús es el «Hijo de Dios».

Otros, por fin, nos extrañan, como el de «Príncipe de los reyes de la tierra» (Apocalipsis).

Hay uno que nos resulta muy extraño, a pesar de ser de los más conocidos: «Jesús es Rey».

1. Nuestra súplica a Jesucristo: ¿Rebelde o confiada?

«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros«. Como hemos escu­chado, esto es lo que dijo a Jesús uno de los malhechores colgados en la cruz.

Es posible que, en algún momento de nuestra vida, también nosotros nos hayamos sentido humanamente decepcionados por la manera como se han producido algunos hechos. Cuando no comprendemos el porqué de muchas cosas tendemos a pedir explicaciones a Dios. Y Dios calla.

El otro condenado a muerte y colgado también en la cruz al lado de Jesús, optó por dirigir una súplica a Jesús: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Ojalá todos pidiésemos lo mismo, desde el fondo de nuestro corazón, al pasar por momentos de pérdida, momentos de muerte.

Una y otra reacción, la rebelión y la confianza, también se pueden dar suce­sivamente en una misma persona. Es muy humano y Dios lo comprende. El problema está en no querer asumir nuestras responsabilidades y pasárselas a Dios, a los que nos gobiernan o a los que tenemos al lado.

2. Un rey que nos salva muriendo en la cruz. Ésta es la novedad radical: La cruz.

Hoy contemplamos la figura de Jesucristo, rey de los judíos, rey de todos los pueblos y rey de todo el universo. Eternamente resuena la palabra del Padre: «Tú serás el pastor de mi pueblo Israel, tú serás el jefe de Israel», como hemos escuchado en la primera lectura, del segundo libro de Samuel.

El gran misterio del cristianismo y de nuestra fe es que nuestro Cristo, nuestro rey, nos guía, nos apacienta, nos salva del pecado y de la muerte, pero no con el poder de los reyes de este mundo, sino muriendo humillado en la cruz.

El anuncio del Reino, las opciones que tomó, el mensaje que transmitió con obras y palabras le llevaron a la cruz. La novedad de Jesús no es que llevara el título de «rey», sino cómo lo ejerció y hasta qué consecuencias lo llevó. Solo en la fe podemos decir que Jesús crucificado es nuestro rey.

Nuestro mejor homenaje como súbditos, como seguidores, es colaborar para que su Reino «de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz” como proclamaremos en el prefacio, crezca entre nosotros. Todos los que formamos parte de su Iglesia, hemos de contribuir cada uno desde su lugar y con la propia vocación, en la construcción de un mundo en el que realmente Dios reine, reine el amor.

3. Una labor muy digna.

Una de las mejores tareas es, sin duda, la que se deriva del compromiso social y político de los cristianos. Este compromiso tiene una gran dignidad moral, y cuando es ejercido como un acto de entrega personal al servicio de la socie­dad, exige mucha generosidad. Y esto, ciertamente, nunca ha sido fácil.

El testimonio de Santo Tomás Moro, patrón de los políticos, nos puede ayudar a recordar que recibió la corona del martirio, en el año 1535, por orden del rey Enrique VIII de Inglaterra, por negarse a reconocer la disolu­ción del matrimonio real. Las exigencias de su conciencia pasaron por encima de los deseos de su monarca. Fueron el amor y el servicio a la verdad, que hacen libres a los hombres, los que llevaron a Tomás Moro al martirio. Fue la misma actitud de todos los mártires cruentos e incruentos, de hoy y de siem­pre: hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

4. La construcción del Reino.

Santo Tomás Moro no se agarró al cargo ni a la vida, y por eso sirvió fielmente al bien común de su país; contribuyó, en definitiva, a la construcción del Reino de Dios.

Hoy podemos dar gracias en esta celebración, por tantas y tantas personas, de aquí y de todo el mundo, que se esfuerzan cada día por no caer en la tentación del protagonismo y del poder, y que colaboran en el cambio de las estructuras injustas de nuestro mundo. Un cambio que empieza por la con­versión personal y que nos lleva, especialmente a todos los que nos reunimos alrededor de la mesa del altar, a trabajar por la justicia y la paz compartiendo el júbilo de un banquete, la Eucaristía que nos anticipa, aquí y ahora, el ban­quete del Reino.

También El Reino de Cristo, está ya dentro de nosotros: Reino escondido y silencioso.

* Cuando un corazón perdona a su enemigo, está triunfando Cristo Rey.

* Cuando un enfermo acepta su enfermedad incurable, triunfa Cristo Rey.

* Cuando en medio de la pena se acepta la pérdida de un ser querido, vence Cristo Rey.

* Cuando un perseguido por su Fe y por la Justicia es alevosamente asesinado y muere en testimonio de los que siempre ha defendido, allí los ángeles gritan: viva Cristo Rey.

* Cuando una persona cualquiera gasta su vida en el cumplimiento sencillo de sus obligaciones de padre o de madre, de hermano o de hermana, de hijo o de hija, allí reina Cristo Rey en el silencio y en lo oculto del alma, como triunfa Cristo Rey en el silencio y en lo oculto del Sagrario.

Con San Pablo a los cristianos de la comunidad de Colosas decimos también: «Damos gracias a Dios Padre, que nos ha hecho capaces de compartir la herencia del pueblo santo en la luz. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido, por cuya sangre hemos recibido la redención, el perdón de los pecados».

Hoy me pregunto:

  1. ¿Cómo reacciono ante las dificultades de la vida: con rebeldía o confianza?
  2. ¿Cómo vivo la autoridad: como servicio o como poder?
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