06-11-2022. Domingo 32º Tiempo Ordinario – Ciclo C (Lucas 20, 27–38)

Comentario: “CREO EN LA RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS Y EN LA VIDA ETERNA”

Queridos hermanos y amigos en el Señor:

            Noviembre es un mes serio, aunque esperanzador. El día primero recordamos a los Santos, los que ya están gozando de Dios. El día dos, tuvimos un recuerdo especial por los difuntos.

Hemos adelantado la hora, con lo cual las tardes son más cortas de sol y más largas de noche. Las hojas de los árboles se están poniendo amarillas y cayéndose. Sin embargo, hoy las lecturas nos hablan otra vez de la vida futura a la que todos estamos destinados. Nos hablan de Resurrección y de Esperanza.

Jesús ya está en Jerusalén. Después de su largo «camino de subida» que nos ha presentado Lucas, y que hemos ido siguiendo durante muchos domingos, las últimas escenas suceden junto al Templo, y nos ayudan a reflexionar sobre el más allá, nuestro destino final.

  1. NUESTRO DESTINO ES LA VIDA. La fidelidad a la ley.

En la 1ª lectura tenemos un hermoso ejemplo, tomado del AT, sobre la fe en la vida futura. En la persecución de Antíoco IV, el año 164 antes de Jesucristo, intenta seducir a los israelitas y conducirles a la religión oficial pagana, olvidando la Alianza con Yahvé. Una buena mujer, madre de siete hijos, da un ejemplo admirable de entereza y fidelidad, lo de comer o no carne prohibida era un detalle, se trataba de mantenerse fieles al conjunto de la fe en Dios, de mantener el espíritu de esa ley, no la letra.

De la «catequesis» que la madre había dado a sus hijos, estos han asimilado, sobre todo, el argumento de la vida futura: «el rey del universo nos resucitará para una vida eterna«, «Dios mismo nos resucitará: tú, en cambio, no resucitarás para la vida». Y de esa convicción sacan fuerzas para perseverar en su fidelidad.

         Es la actitud que nos invita a expresar el salmo responsorial: «al despertar me saciaré de tu semblante, Señor«. Si hemos sido fieles, al final de la vida, al «despertar» a la realidad última, nos espera el rostro del Padre y sus brazos abiertos.

2. NO ES DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS 

También el evangelio, con la respuesta de Jesús a los saduceos, nos presenta la fe en el más allá.

Los saduceos, de los que el evangelio habla pocas veces, pertenecían a las clases altas de la sociedad. No creían en la otra vida ni en la resurrección, y le plantearon a Jesús una pregunta capciosa que parece ridiculizar toda la perspectiva, basándose en la famosa «ley de levirato», por la que el hermano del esposo debe casarse con la viuda, si ésta no ha tenido descendencia: ¿de quién será esposa en el cielo una mujer que se ha casado sucesivamente con siete hermanos?

La pregunta no es importante. La respuesta de Jesús, sí. Les dice, ante todo, que en la otra vida el matrimonio no tendrá como finalidad la procreación, porque allí la humanidad no necesita renovarse, porque todo es vida y no hay muerte. Y, sobre todo, les asegura que los que «han sido juzgados dignos de la vida futura, son hijos de Dios y participan en la resurrección, porque Dios es Dios de vivos«. No explica cómo es la otra vida (ciertamente, resucitar no significará volver a la vida de antes, sino entrar en una nueva realidad). Lo que sí nos dice es que nuestro destino es la vida, no la muerte. Un destino de hijos, llamados a vivir de la misma vida de Dios para siempre, en la fiesta plena de la comunión con él.

Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe. (San Pablo).

La nota característica, o el distintivo de los cristianos, es la creencia en la resurrección, basada en la resurrección de Jesucristo, como primicia de todos los creyentes.

Cuando celebramos o asistimos a un funeral, no es solo un acto social, sino que los cristianos celebramos la VIDA, no la muerte del difunto. La VIDA, CON MAYÚSCULAS, JUNTO AL DIOS DE LA VIDA.

Nuestra tentación es querer explicar cómo puede ser o cómo es la vida después de la muerte. No se trata de revivir o volver a una vida como la presente. No. Sigue siendo un misterio. No pretendemos imaginar cómo es el más allá. Pero creemos a Cristo Jesús, el Maestro que Dios nos ha enviado, que nos asegura que los que se incorporan a Él, vivirán para siempre. Jesús nunca explicó en qué consiste la otra vida, porque no se puede explicar. Es querer hablar del más allá, con categorías del más acá, espacios temporales. Pero ¿alguien es capaz de explicar cómo de la unión de un esperma y un óvulo surge la vida humana? ¿No os parece un milagro? ¿Quién recuerda cómo era su vida en el seno materno? ¿Cómo explicar que de una semilla salga un fruto? Ahora que están sembrando los labradores, ¿cómo explicar que, de un grano de trigo, que se pudre enterrado en la tierra, pueda surgir una espiga con 20, 40, 60, 100 granos…?

3. MIRAR HACIA ADELANTE

No somos muy dados a mirar al futuro, preocupados, como estamos por el presente y sus problemas. Según en qué círculos, hablar de «la otra vida» produce reacciones parecidas a las de los saduceos: se intenta olvidar o ridiculizar esa perspectiva; y sin embargo es de sabios recordar en todo momento de dónde venimos y a dónde vamos. (Como repiten los cartujos: Hermano: morir habemos. – Ya lo sabemos) Las lecturas de hoy nos invitan a tener despierta y esperanzada esta mirada profética hacia el final del viaje que, pronto o tarde, llegará para cada uno de nosotros.

En medio de una sociedad que parece, a veces, bloqueada en la perspectiva terrena de aquí abajo, hoy se nos urge a que sepamos alzar la mirada y recordemos cuál es la meta de nuestro camino. La fe en la vida a la que Dios nos destina, tal como nos ha asegurado Jesús, es la que ha dado luz y fuerza a tantos millones de personas a lo largo de la historia, y la que también a nosotros nos ayuda en nuestra vida de fidelidad humana y cristiana, abiertos al absoluto de Dios, que es el destino de nuestra historia personal y comunitaria.

Cuando Jesús anunció la Eucaristía, nos dijo que este sacramento iba a ser una garantía y un anticipo de la vida definitiva: «Si uno come de este pan, vivirá para siempre, yo le resucitaré en el último día… el que me come, vivirá por mí, como yo vivo por el Padre». Vamos bien encaminados, si somos fieles a la convocatoria eucarística dominical, con lo que significa de actitud también fuera del templo: Jesús mismo, Palabra y Alimento, nos va dando fuerzas y nos prepara para el encuentro definitivo con Él; es decir, con la vida plena.

            Su vida, palabra y alimento, nos va ayudando a ir muriendo poco a poco al pecado para nacer a una vida nueva. ¿Quién no ha experimentado en su vida que cuando morimos al pecado, a la esclavitud, nacemos a la libertad de hijos de Dios? Esto nos ocurre a nivel humano y espiritual.

Aunque, la fidelidad hoy es un valor que no se cotiza, me pregunto:

1. ¿Cómo es mi “fidelidad” a la ley de Dios? ¿Mi “Fidelidad” a las normas de la Iglesia, a mi familia, a mí mismo …?

2. ¿Cómo está mí ESPERANZA EN LA OTRA VIDA, EN LA RESURRECCIÓN? ¿Tira de mi apatía, desencanto, desilusión, tristeza, … y se transforma en ilusión, esperanza y alegría en mi vida?

Cuento PARA LA FE EN EL MÁS ALLA.

En el vientre de una mujer embarazada se encontraban dos bebés. Uno pregunta al otro:

– ¿Tú crees en la vida después del parto?

– Claro que sí. Algo debe existir después del parto. Tal vez estemos aquí porque necesitamos prepararnos para lo que seremos más tarde.

– ¡Tonterías! No hay… vida después del parto. ¿Cómo sería esa vida?

– No lo sé pero seguramente… habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros propios pies y nos alimentemos por la boca.

– ¡Eso es absurdo! Caminar es imposible

. ¿Y comer por la boca? ¡Eso es ridículo! El cordón umbilical es por donde nos alimentamos. Yo te digo una cosa: la vida después del parto está excluida. El cordón umbilical es demasiado corto.

– Pues yo creo que debe haber algo. Y tal vez sea distinta a lo que estamos acostumbrados a tener aquí.

– Pero nadie ha vuelto nunca del más allá, después del parto. El parto es el final de la vida. Y a fin de cuentas, la vida no es más que una angustiosa existencia en la oscuridad que no lleva a nada.

– Bueno, yo no sé exactamente cómo será después del parto, pero seguro que veremos a mamá y ella nos cuidará.

– ¿Mamá? ¿Tú crees en mamá? ¿Y dónde crees tú que está ella ahora?

– ¿Dónde? ¡En todo nuestro alrededor! En ella y a través de ella es como vivimos. Sin ella todo este mundo no existiría.

– ¡Pues yo no me lo creo! Nunca he visto a mamá, por lo tanto, es lógico que no exista. – Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, tú puedes oírla cantando o sentir cómo acaricia nuestro mundo. ¿Sabes?… Yo pienso que hay una vida real que nos espera y que ahora solamente estamos preparándonos para ella…

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