Domingo 3º de Pascua – Ciclo C (Juan 21, 1-19)

Comentario:

Introducción:

La primera lectura de los Hechos nos habla de la predicación de los apóstoles que, como ocurrió al principio con Jesús, fue recibida con alegría y entusiasmo; pero pronto surgió la oposición y la persecución, como pasó también con Jesús. Los tiros venían, como en el caso de Jesús, de los “santos” y los sabios del poder y la autoridad.

            Los apóstoles, llenos de la fuerza del espíritu, no se acobardaron, dieron testimonio de Jesús ante el consejo; no podían desobedecer a Dios por obedecer a sus representantes. También a nosotros hay muchos que nos invitan a desobedecer a Dios y a callarnos y no dar testimonio de nuestra vida como cristianos: la pereza, el qué dirán, la TV, a veces los amigos, … me puedo preguntar: ¿a quién obedezco de verdad?

            En la segunda lectura del Apocalipsis, Jesús es visto por Juan como el centro de la humanidad: “Cuando sea levantado atraeré a todos hacia mí” (Juan 12,32).

El evangelio de Juan narra la última aparición del Señor resucitado que nos revela algunos rasgos de la iglesia de todos los tiempos:

            1. La iglesia es misionera, que recoge en su red un número ingente de peces sin romperse.

            2. Tanto la túnica que se sortearon los soldados el viernes santo, como la red sin romperse son signos de la unidad de la iglesia. En la iglesia caben todos los pueblos en su diversidad de lenguas, culturas y tradiciones.

            3. La iglesia es Eucaristía. Es el Señor resucitado quien les invita a su mesa y les prepara su comida, que es él mismo.

            4. La iglesia es el Cuerpo de Cristo cuyos miembros reciben los carismas con los que hay que contribuir a la armonía y al bien común del conjunto. Entre ellos destaca el servicio de Pedro. Con la triple pregunta acerca del amor y la triple respuesta de Pedro, así queda reivindicado de su negación en la noche del jueves santo. Y, además, Jesús le confía la misión de apacentar ovejas y corderos. En el sucesor de Pedro reside en la iglesia de hoy el carisma de confirmar en la fe a sus hermanos que Jesús le otorgó.

            5. Finalmente, como Pedro, la iglesia es mártir. Ésta es la institución religiosa con más miembros perseguidos. Así ha sido en la historia y lo seguirá siendo, pues los discípulos del Señor le seguimos hasta la cruz.

            También, la aparición de Jesús en Galilea junto al lago de Tiberíades, recuerda los comienzos de la predicación, la Buena Noticia del Reino, cuando todo era admiración y entusiasmo, cuando todo era amistad y novedad y todo ilusionaba. En él podemos destacar tres puntos:

1. … Pero los discípulos no lo reconocieron.

Hoy el evangelista Juan ya no nos presenta a los discípulos encerrados en casa, por miedo a los judíos, como el pasado domingo, sino reintegrados a la vida normal de cada día. Vuelven a ser pescadores de peces, como antes. Pero el Señor no ha renunciado a convertirlos en pescadores de hombres, como les había anunciado un día. Y sale a su encuentro, otra vez, en un momento cualquiera de la vida ordinaria, marcado, sin embargo, por la contrariedad: «aquella noche no pescaron nada«. Tienen que confesar su pobreza: no tienen nada para el almuerzo.

A nosotros, estos hechos nos ayudan a profundizar en nuestra propia expe­riencia de Jesús, vivo y cercano. No necesitamos ir a buscarlo lejos: viene donde está nuestra vida. Nos equivocamos si pensamos que nuestras ocu­paciones de cada día nos privan de encontrar al Señor. O si tenemos la impresión, muchas veces la tenemos, de que cuando las cosas no funcionan bien, Él no está. Ahora que, en la Eucaristía dominical, le presentamos nues­tra semana, con sus momentos buenos y con sus acontecimientos negativos, pensamos si lo hemos sabido reconocer suficientemente. Estaba en el tra­bajo, en la familia, en los problemas. Quizás en alguien que, de un modo u otro, también nos pedía: ¿no tienes nada para comer?

San Ignacio, en la perla preciosa de las constituciones, nos invita a “Buscar y hallar a Dios en todas las cosas, y a todas en Él”. Este es el objetivo fundamental de la Espiritualidad Ignaciana. Y para ello nos propone una herramienta fundamental, “El examen al final del día” u oración de consciencia. Se trata de ayudarnos a hacernos conscientes del paso de Dios por nuestra vida.

Nota: Nos puede ayudar el cuento del “Zapatero” que se pasó todo el día esperando la visita de Jesús, y no lo reconoció en las tres visitas que tuvo durante el día: un mendigo, el hijo de la vecina que era alcohólico y un peregrino…

2. ¡Es el Señor!

Jesús vive y nos resulta cercano…, pero a nosotros nos cuesta reconocerlo. Estamos distraídos en muchas cosas y absorbidos por nuestros problemas. La presencia del Señor siempre viene acompañada de signos, pero nos cuesta leerlos. A los apóstoles les ofreció uno ‑la pesca prodigiosa que evocaba otra anterior‑ que parecía fácil de entender; pero sólo uno, el más joven, aquel a quien Jesús más amaba, lo capta. Inmediatamente se lo transmite a Pedro. Juan pone su carisma al servicio de la comunidad. Entonces la capacidad de decisión, de acción, de entusiasmo de Pedro, entra también en acción. Y los demás discípulos remolcan la red llena de pescado hacia la playa.

Es importante saber ver, como el joven Juan. Y es también importante saber escuchar y actuar en consecuencia, como Pedro. A partir de esta colaboración, los discípulos harían juntos, una nueva experiencia de la resurrección. La tercera, dice el evangelista. La iniciativa la llevaba Jesús. Y estaba llena de muestras de afecto: se les presenta, multiplica su pesca, pone el pescado encima de las brasas que él mismo ha encendido, les invita a almorzar… Ellos saben, sin necesidad de preguntarlo, que es el Señor y le dejan hacer. En conjunto, un bello icono de la Iglesia que quisiéramos.

Ambos ponen su carisma al servicio de la comunidad. Hoy me pregunto sobre mi carisma, qué hago con él. ¿Lo pongo al servicio de la comunidad o lo guardo?

“Lo esencial es invisible a los ojos, solo se ve bien con el corazón” El Principito.

Las madres son las que mejor ven y conocen a sus hijos, porque son las que más nos aman. El amor es fundamental para ver, reconocer al verdadero amigo, compañero, hermano… sin amor, solo vemos defectos y fallos en los demás. El amor todo lo disculpa como nos dice San Pablo a los corintios. 1ª Cor 13, 7.

3. ¿Me amas?

La última parte del Evangelio gira alrededor de una pregunta insistente de Jesús a Pedro. ¿Me amas? Fijémonos bien. El Señor está a punto de confiar a Pedro el pastoreo de sus ovejas. Parece, sin embargo, que quiere estar más seguro de la capacidad del apóstol. ¿Cómo va a medirla? Hoy las empresas y todas las instituciones piden muchas condiciones a los que han de ocupar un cargo directivo: experiencia, conocimientos especializados, exámenes psicotécnicos… Jesús, de quien ha de ser su primer pastor, sólo exige una cosa: que le ame.

Nosotros, en la Iglesia, sabemos analizar con perspicacia nuestras carencias, nuestros problemas de todo tipo, nuestras crisis. Y hacemos bien. Pero, siguiendo la línea del Señor, convendría también que, de vez en cuando, nos preguntáramos: ¿y si nuestro mal fuera, en definitiva, que no amamos suficientemente?

Hoy me pregunto:

  1. ¿Reconozco al Jesús Vivo y Resucitado en la vida ordinaria, incluso en las dificultades o contrariedades de la vida?
  2. ¿Reconozco cuál es mi carisma y lo pongo al servicio de la comunidad como Juan y Pedro?
  3. ¿Amo lo suficiente, con sinceridad y verdad al Señor?
  4. ¿Deseo, busco, oro, preparo el encuentro diario con el Señor Jesús?
  • Una idea: Jesús resucitado se aparece a sus discípulos.
  • Una imagen: La aparición de Jesús mientras están pescando.
  • Un afecto: La alegría de la resurrección.
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