
En el marco de Ignatius500, el próximo 12 de marzo celebraremos los 400 años de la canonización de san Ignacio de Loyola y de san Francisco Javier, que fueron elevados a los altares junto al italiano san Felipe Neri y otros dos reconocidos santos españoles, Teresa de Jesús e Isidro Labrador.
Hasta ese año de 1622 no se había visto en Roma una canonización múltiple en una única ceremonia como la que presidiría el Papa Gregorio XV. De hecho, los romanos no estaban muy contentos con el hecho de que cuatro de los religiosos que iban a ser canonizados fueran españoles y por eso comentaban con sorna que «oggi il Papa ha canonizzato quattro spagnoli e un santo».
El proceso previo a estas canonizaciones fue arduo y no exento de muchos intereses y estrategias políticas por parte de las distintas naciones europeas pujantes del momento y de las distintas congregaciones religiosas representadas. Hasta el joven rey de Francia, Luis XII, pidió por carta al papa la canonización de san Ignacio, agradecido por la educación recibida de la Compañía de Jesús y del pasado estudiantil del jesuita en París. El misma papa también tenía cariño a la Compañía ya que había sido antiguo alumno del Colegio Germánico-Hungárico y luego del Romano.
La ceremonia tuvo lugar en la basílica de san Pedro el día de la fiesta de san Gregorio Magno, patrón del pontífice. No se ahorraron dinero en gastos ni en la propia ceremonia ni en las fiestas posteriores, tanto en Roma como en muchos otros países, pueblos y ciudades. Debió de ser todo un evento mediático de la época, a pesar de que sucedió en tiempo de Cuaresma.